lunes, 12 de septiembre de 2011

12 de septiembre. EL GATO

Hoy me he reencontrado con este viejo cuento que siempre me hizo mucha gracia:

En un monasterio había un gato que, cada vez que se hacían las prácticas de meditación, entraba y se paseaba entre los alumnos. Algunos de ellos lo consentían y el maestro se perturbaba por esto, hasta que finalmente ordenó que lo ataran a un árbol.

De este modo pasaron algunos años en que el gato era atado todos los días, pero después de algún tiempo el maestro espiritual murió y un sucesor se hizo cargo del templo. Éste continuó con la costumbre de atar al gato, el cual, pasado un tiempo también murió.


El nuevo maestro se sintió con la necesidad de conseguir otro gato, de manera que lo pudieran atar durante las prácticas. Esto al final se volvió una costumbre y hasta en una tradición que se mantuvo durante generaciones.



Siglos más tarde, algunos sucesores del maestro original escribieron libros y tratados acerca del significado espiritual de atar un gato para la práctica más profunda de la meditación.




El releer esta historia me hace pensar en el gran desconocimiento que los creyentes tenemos de nuestra liturgia, hacemos las cosas que se han hecho siempre, sin saber muy bien por qué, perdiéndonos la belleza que suelen encerrar y manteniendo otras que ya no tienen sentido…

Yo, que siempre fui una persona religiosa que asistía regularmente a todas las celebraciones. Cuando me ordené, me vi en la necesidad de leer despacio el misal, de entender lo que estaba diciendo. No fue hasta entonces cuando me empecé a dar cuenta de lo bonitas que son nuestras celebraciones, del orden lógico que encierran, del sentido profundo que nos brindan.

Es una realidad evidente que, normalmente, el personal enciende “el piloto automático” en las eucaristías y en el resto de las celebraciones, y eso es un poco culpa de todos: de los curas que podemos caer en la lectura rutinaria y aburrida y también de la comunidad, que a veces, se deja llevar por la pasividad y lo más cómodo.

Yo no dejo de asombrarme cada día ante muchos de los gestos y signos que empleamos en la liturgia, así como de las palabras con las que lo expresamos. Ciertamente también puedes encontrar cosas que chirrían y que claman por una renovación (aún aparece con frecuencia la superada dualidad entre el cuerpo y el alma, por ejemplo) pero la gran mayoría sigue siendo completamente nuevo y hermoso; para muchos de los creyentes un tesoro aún por descubrir.

Esta noche, me atrevería a sugerir a quien pueda leerme, que en la próxima eucaristía se proponga poner una atención especial a la plegaria eucarística, por ejemplo, o al prefacio… a una de las partes de la celebración; que la medite y la entienda; estoy seguro de que, por muy aburrido que sea el sacerdote, se encontrará con un regalo precioso que, hasta el momento, estaba pasando inadvertido.

1 comentario:

  1. Llevas razón, como Tony de Mello al contarnos el cuento. Y estoy de acuerdo contigo en lo poco conscientes y en lo muy autómatas que muchas veces participamos en las Eucaristías por culpa de ...¿ ?
    Y lo de cambiar ciertas cosillas, ejen, ejen,... ¿por qué cuesta tanto? Más nos tendríamos que escandalizar al ver a un sacerdote con alzacuellos y casullas de "guitarra" que con unos pantalones vaqueros y la guitarra entre las manos. ¿Cómo quiere cierto arzobispo que nuestros jóvenes se acerquen más a los templos si cuando van se encuentran con semejantes distanciamientos de la vida y el día a día de Jesucristo?. Eso de fomentar la Pastoral Juvenil suena muy bien pero los medios también cuentan. Creo yo.

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