Abajo, en la calle, el bullicio de la ciudad; las luces de las farolas y los coches; el sonido de la tele de algún vecino; risas de la gente que estaba de juerga y alguna sirena perdida en la lejanía… podía sentir todo eso, pero allí arriba era distinto: soplaba un aire tranquilo; el cielo oscuro pero inmenso envolvía mi cabeza; se veían estrellas, pocas, alguna perdida entre las nubes; había silencio y paz… era todo un lujo al alcance de cualquiera, porque en esta ciudad todas las casas tienen azotea.
Dos realidades completamente distintas y, sin embargo, simultáneas; una que se impone, que es mucho más evidente que esa otra que exige que subas la escalera para descubrirla… imposible disfrutar de la azotea si no conoces las prisas y los destellos artificialmente cegadores de la otra situación.
Ahora acabo de bajar y se me ocurre que la oración también es un poco así; como esa azotea que está ahí, una posibilidad real y cercana. Subir la escalera da pereza y exige que dejes lo que estás haciendo, puedes pasar toda la vida sin visitarla, sin enterarte de la riqueza que te estás perdiendo; pero si lo haces ves la vida cotidiana desde una perspectiva mucho más amplia, te encuentras contigo mismo y más allá… entonces ya no te quieres bajar y, aunque te quedarías allí eternamente, acabas volviendo a tus quehaceres cotidianos completamente fresco, nuevo, más vivo y más tú…
Cuando subes una vez, te acuestas deseando volver, pensando incluso en invitar a los amigos y montar una fiesta o ¡una buena cena!
Las coincidencias son curiosas a veces. Al recrear tu experiencia en la azotea me has recordado un 2 de Julio de 2005 precisamente en la azotea de un convento, pero esta vez no en vuestra Sevilla sino al otro lado del charco, en latinoamérica. Yo visitaba a un amigo, y como sosegador remedio ante el enorme bullicio de esta capital sureña, él tiene la misma costumbre que tú. Se sube a la azotea del convento, hace silencio y reza. Cierto es, si no conoces las "prisas y los destellos cegadores", tienes menos elementos para reconcer y saborear esa paz. Esa tarde habíamos visitado a algunas familias de uno de los barrios más deteriorados e invisibilizados de la ciudad. Al acordarnos de ellos en la azotea, nuestra conversación bien podría haber sido una oración, tal cual la tuya.
ResponderEliminarYo me he llevado trece años sin subir a la mía por lo que tú dices, por pereza(son cuatro pisos a pie),y es verdad que cuando descubres las cosas, te das cuenta de lo que quizás te has perdido durante tanto tiempo.Es totalmente comparable a la fe, a la iglesia, el acercarte y conocer más a Dios, o incluso descubrirlo desde otra perspectiva.Menos mal, que tengo la suerte de tener personas a mi lado ,que me han hecho subir a esas azoteas, aunque me queden muchas por subir.TQ.Bss
ResponderEliminarGracias, gracias y mil gracias por esta azotea, porque al leer este bonito texto, hoy me he sentido como si estuviera en la azotea.
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