lunes, 19 de septiembre de 2011

18 de septiembre. INFINITO

Este domingo he tenido la suerte de asistir a una eucaristía que presidía un gran predicador. Entre las preciosas e intensas reflexiones que nos ha regalado sobre la parábola de los jornaleros en la viña del Señor, había una que me ha gustado mucho.
Nos decía que si a alguien le tocaban 20 euros en la lotería, cuando había otro premio de 100, probablemente pensaría, qué pena que no me hayan tocado los 100 euros… qué cerca he estado. A esos niveles, los 80 euros de diferencia son importantes; incluso hay muchos concursos en los que las personas pierden todo lo acumulado por conseguir  un poco más… pero si lo que se ganan son 99.000 millones, seguro que nadie se lamentaba de que el premio no hubiese sido de 100.000 millones… con tantos ceros de por medio, un millón arriba o abajo ya no importa tanto.

 Este fraile nos decía que algo así es lo que nos pasa con Dios, que por eso nuestros planes, nuestros caminos y nuestra justicia es tan diferente de la del Señor. Cuando nosotros amamos, al relacionarnos, en el perdón, la justicia o la paz… es como si nos estuviésemos manejando con calderilla unos centimillos nada más; por eso le damos tanta importancia a tantas cosas insignificantes, esa es la razón por la que nos dejamos la vida por alcanzar  objetivos fugaces y frívolos; muchas veces nos peleamos, sufrimos y hacemos daño por tonterías…
Pero Dios no, Él no se anda con insignificancias, siempre nos desborda en todo, Él es y ama en un grado infinito…




Sin embargo toda esa vida, esa plenitud, ese amor ilimitado del Señor  no está lejos de nosotros, todo lo contrario, se nos da continua e insistentemente.

Es la pasión que hizo que todo un Dios se despojara de su propia trascendencia y se haga frágil, pobre y pequeñito en un pesebre; el mismo amor por el que el Dios-con-nosotros entregó todo lo que es por los caminos de Galilea; el por el que se dejó matar en una cruz; el infinito amor que lo resucitó y que hoy, aquí y ahora sigue llamando a nuestra puerta; el Espíritu que nos llena y orienta nuestros caminos. Una oferta eterna e interminable de plenitud, de grandeza y de sentido, la de un Dios infinitamente enamorado.

Y sin embargo, ahí seguimos, entretenidos “contando moneditas”, mirando hacia abajo, mientras nos rodea una lluvia inagotable de “millones”.

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