Me ha llenado de ilusión, es más, me ha entusiasmado que dijera que la Iglesia necesita una fuerte renovación; que debe volverse otra vez hacia el mundo, abrirse a sus preocupaciones; que tiene que despojarse de su peso material y político; dejar de preocuparse por el poder o la influencia y centrarse en su misión de guiar a las personas hacia Dios…
Para que las palabras de Benedicto XVI no se queden sólo en un bello discurso, creo que los que primero tendríamos que reaccionar somos nosotros, los cristianos de a pie. Haría falta que cada uno de nosotros se dejase cuestionar, verdaderamente, por lo que ocurre en este mundo, en lugar de acumular informaciones que nos resbalan desde la televisión a la hora de comer; que nos esforzásemos por no querer ser más que el de al lado, por no fijar nuestras metas en el éxito social o económico, sino en lo que es verdaderamente justo y digno del ser humano; que deje de importarnos el demostrarle al mundo que aún somos una Iglesia influyente y poderosa, que todavía conserva su capacidad de ordenar o sancionar el comportamiento de nuestros vecinos, que no busquemos el ser muchos para eso, sino con el deseo y la ilusión de llevar a todos el amor y la plenitud de nuestros Dios…
Que, de una vez, nos fuésemos enterando de quienes son los verdaderamente importantes en el Reino y nos ocupásemos de estar a su lado; que permitiésemos que la Palabra de Dios nos removiera cada día y nos condujera por los caminos de la justicia, la paz y el Evangelio.
Yo quiero decir que sí, una vez más, y le pido a mi Dios que mañana me haga estar un poco más desnudo, ser más pobre, ¡más libre en el amor!.
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