Siguen afectándome mucho, espero que siempre sea así, los encuentros con personas que padecen gravemente los tremendos golpes que la vida a veces nos da. Casi siempre es un dolor más que justificado por los acontecimientos y circunstancias que se les han presentado, poco se puede hacer o decir entonces, sólo escuchar y acompañar….
Pero también hay veces en las que te encuentras con quien está bloqueado en la negatividad; que ya lleva demasiado tiempo inmerso en su sufrimiento y, a pesar del tiempo, no consigue levantar cabeza.
Incluso los hay que, aunque todo parece irles bien, únicamente piensan en lo que no tienen y se obstinan en proyectar hacia todo lo que les rodea una mirada llena de pesimismo.
Gentes como María de Magdala que, a la entrada del sepulcro, llora la muerte de su Señor, cegada por el dolor y la injusticia, es incapaz de descubrir que Él está a su lado ¡VIVO! más vivo que nunca.
Hay muchos momentos de la vida en que no vemos la luz; en los que el sufrimiento, el miedo, la duda o cualquier otra circunstancia nos hacen volver nuestra mirada hacia lo muerto… centrarnos en lo que se fue, en lo acabado, en lo fugaz y limitado de nuestra existencia. Entonces buscamos la esperanza, el consuelo, la alegría, al Dios que está vivo, entre los muertos…
Así son las cosas “las muertes” están ahí, presentes; también lo está la cruz; con toda su dureza y desgarro; están ahí, en la vida de todos y cada uno de nosotros, pero no es ahí, entre sepulcros, donde tenemos que desarrollar nuestra búsqueda de fe… porque así sólo podemos encontrarnos con oscuridad, sinsentido y vacío. La perspectiva desde la que lo contemplamos todo, marca de forma determinante nuestra comprensión de Dios, del mundo y nuestro camino por él.
Supongo que eso de no buscar entre los muertos es algo que se aprende, que nadie –a pesar de los distintos caracteres- nace sabiendo abrir el horizonte, ir siempre más allá. Es una lección fundamental para nosotros los cristianos, en la que nos tenemos que esforzar: está en juego la capacidad de advertir la cercana presencia de nuestro Dios y así, también nuestra felicidad.
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