Cuando se desconecta del ritmo habitual, uno tiende a creer inconscientemente que la vida de los demás se detiene, se pone en modo “pause” mientras tú no estás y, evidentemente, no es así.
Con el regreso a casa, me estoy encontrando de golpe con todos los cambios que han sufrido las existencias de la gente. Una de ellas me ha llegado especialmente al corazón:
Una religiosa con la que habitualmente compartía la eucaristía, que pertenecía a una comunidad hermana y amiga de la que he hablado en otras ocasiones, se ha liado la manta a la cabeza, ha hecho las maletas y se ha marchado a África.
Me admira profundamente esa disponibilidad; el que una persona, con sus años ya, conserve intacta la valentía y la disponibilidad de los comienzos; que viva un amor tan vivo y apasionado como para, de la noche a la mañana, irse al servicio donde quiera que la necesiten. ¡Eso es ser un consagrado!
Testimonios así alimentan la esperanza, el convencimiento de que el Reino es realidad, aquí y ahora.
Muchas veces podemos dejarnos llevar por el desánimo, pensar que no somos capaces de seguir adelante; que las cosas o los caminos que transitamos no tienen remedio. La decisión de esta hermana nuestra nos muestra que no es así, que junto a Dios lo podemos todo, siempre…puede que no de la manera que esperamos o deseamos, pero siempre del modo que más nos humaniza y hace felices.
¡Felicidades a esa monja por su decisión y confianza en el Padre!Y es que para Dios no hay fronteras, ni límites, ni barreras que puedan impedir el paso de Su Amor. Somos nosotros los hombres quienes sí ponemos excusas y "peros" a la hora de trabajar por el Reino.
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