lunes, 22 de agosto de 2011

21 de agosto. DICHOSOS SON SOBRE LOS MONTES




Ya de vuelta en casa, agotado, pero muy contento y lleno. Después de todo lo vivido, se me agolpan en la cabeza y en las entrañas las vidas de tantos hermanos con los que he compartido, las experiencias, lo rezado, lo aprendido; las barreras y prejuicios que se han derrumbado; los nuevos detalles que he descubierto en el rostro de la Iglesia y de la Orden… creo que ahora soy más y mejor que cuando partí.



Necesito dar las gracias a tantas personas que, desde hace muchos meses, se han dejado el pellejo , trabajando, para que todos nos sintiésemos acogidos y para que cada momento se pudiese disfrutar con intensidad. Sé que han tenido que hacer mucho sacrificio, que se han llevado más de un disgusto…pero también sé que, todo eso, ha merecido la pena y la alegría. GRACIAS a todos, de corazón.



Pero ya se acabó ¿o no? ¿Qué pasa después de la jornada mundial de la juventud? Pues creo que viene la vida cotidiana mundial de la juventud; llega el momento de ponerlo todo en práctica; tantas cosas y tan buenas, tanto Dios, no pueden caer en saco roto.

Ésta es la hora de que demos un paso más, de que nos comprometamos con el Reino en mayor grado; de que nos arranquemos un pedazo más del alma para entregarla al que lo necesite… es el momento de convertir el entusiasmo en perseverancia; de contar –con la vida entera- eso de lo que somos testigos; de ser fermento, sal  y luz.




En estos instantes cientos de miles de peregrinos estamos llegando a casa o en el camino de vuelta; para muchos de ellos la vida habrá cambiado.

Quiero creer que la humanidad está alegre porque –ahora mismo- la tierra está llena de nuevos mensajeros del amor y la esperanza dispuestos a cumplir con su misión.

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