Pero contemplar no sólo es eso, no consiste únicamente en encerrarte en un cuarto con una barita de incienso y música relajante, contemplar es, ante todo, estar atento. El evangelio nos lo recordaba ayer y también desde la liturgia de hoy, con la parábola de las vírgenes sensatas y las necias…
Estar atento al paso de Dios por nuestra vida, a saber reconocerlo en el sufrimiento y la alegría de los otros, en lo que ocurre en el mundo y en la propia vida; a atrevernos a acogerlo y a dejar que nos incomode…
Porque es un arma poderosa esto de la contemplación, pero también tiene su peligro… hoy me han brotado en la cabeza y en el alma montones de cosas en las que debería crecer, contextos en los que tendría que comprometerme más, posibilidades a desarrollar…pero el tiempo no me da para mucho más, así que también te das cuenta de los espacios de los que, a lo mejor, ya hay que marchar; de los trabajos en los que ya has cumplido con tu misión y ya hay que dejar en manos del Padre, ¡aunque duela!
Supongo que es así como uno va avanzando en su camino de fe, creciendo en el amor y la intimidad con Dios y el ser humano, profundizando en la serena felicidad del Evangelio.
Seguramente es por eso por lo que no rezamos más, le pedimos y le pedimos de todo a nuestro Dios, pero orar es escuchar también lo que Él nos pide, aceptar el desafío que nos propone… y tenemos miedo a que eso nos arranque todas esas cadenas, pesadas pero mentira, que nos hacen creer que estamos seguros aquí abajo y a las que nos empeñamos en aferrarnos desesperadamente.
Acabo de encontrar esta canción que refleja exactamente lo que esta noche quisiera compartir. Cristo nos enseña el camino de la plenitud, pero somos nosotros los que nos tenemos que decidir a recorrerlo; ahí está, Él nos lo trae: no tengamos miedo a ser libres y felices, cada día más.
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