Hoy en la Orden recordamos a la beata Juana de Aza, madre de Santo Domingo. Para mí, supongo que también para mis hermanos y hermanas, es un personaje muy entrañable que me habla de santidad familiar, de fidelidad a Dios “mamada”.
Nuestro Padre Domingo creció junto a esta gran mujer, testigo cotidiano de su bondad, de su cercanía y amor con todos, de su intimidad con el Padre; en sus ojos empezaría a descubrir los trazos de la mirada divina, en sus manos las primeras caricias del Espíritu y en su corazón misericordioso empezó a intuir los brazos abiertos de Cristo.
Y resulta que hoy acabo de volver de una cena mágica con una familia muy especial y querida por mí, así que no puedo dejar de pensar en la importancia de esa Iglesia domestica que son los padres, los hermanos, los abuelos… porque es cierto que la fe es un don, un regalo que Dios nos ofrece a todos, pero también es verdad que el ámbito familiar es privilegiado para que ese inmenso obsequio crezca y se haga fuerte. Por propia experiencia sé cómo anida, en el corazón de un niño, el testimonio de confianza en Dios de unos padres creyentes; una fe transmitida con palabras sí, pero sobre todo, con la misma vida: en la forma de amar, en la generosidad de los buenos momentos, en las certezas ante la adversidad, en los valores hechos realidad cotidiana.
Luego nos hacemos mayores y cada cual elige sus propios caminos (no sólo tenemos el derecho sino también la necesidad). A veces me encuentro con padres o madres que se sienten culpables ante la increencia o frialdad religiosa de sus hijos; los pobres sufren mucho y se preguntan si no lo hicieron bien, si tienen ellos la culpa.
Yo, en esas situaciones, intento hacerles ver que no deben sufrir por eso; que lo han hecho lo mejor que han sabido y podido; que la libertad de cada uno es sagrada y que Dios sabrá por qué caminos alcanza el corazón de cada una de sus criaturas. Si ellos han vivido desde la fe, si la han acogido y cuidado en sus hogares, ya han ofrecido a sus hijos la mayor herencia posible…. los frutos, ya son asunto del Padre y Madre de todos.
(si alguien quiere conocer algo más sobre la beata Juana de Aza, ahí van un par de enlaces)
A veces esos encuentros familiares son algo más que mágicos.Son situaciones en las que encuentras una paz y tranquilidad increíbles y que te gustaría que no acabasen nunca.Te hacen olvidar por unos momentos tus problemas y preocupaciones. Te sientes arropada y querida y cuando te vas lo único que una puede pensar es !cuánto quiero a mi familia!y más cuando sabes,que siempre están ahí,con una simple llamada de teléfono.Y lo más bonito y de lo que una se siente más orgullosa es de ver cómo ese amor por los tuyos,por esas personas especiales para ti,se lo has conseguido transmitir a tus hijos.Los ves que disfrutan,que están deseando estar juntos y que cuando llegas a casa,te dicen expresiones como!qué bien me lo he pasado!!qué a gusto he estado! o !qué tranquilidad siento,mamá,qué bien se está como hemos estado,hay que repetir más estos momentos!.A mí me llega de orgullo,espero que a mi familia también,y estoy segura de que sí.TQ.Besos.Gracias.
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