6 de agosto. OBRA MAESTRA

Poquito a poco van tomando forma esos carteles inmensos que me tienen ocupado todos estos días.

Cuando me planto ante un lienzo, o cualquier otro soporte, en blanco siempre hay un instante de miedo, el de comenzar a pintar: la desnudez de la nada te impone, no sabes por dónde empezar, cómo hacerlo para que salga bien y no estropearlo.

Es necesario ignorar todos esos temores y empezar, no a lo loco, pero sí con decisión: y progresivamente van surgiendo las líneas y las brotan las formas. También te equivocas, cometes pequeños errores que, generalmente tienen solución y que te obligan a agudizar el ingenio y la imaginación.

Después llega un momento en que se establece un vínculo misterioso entre ti y la obra, te sientes orgulloso de lo creado, lo sabes tuyo, pero a la vez es como si tuviese su existencia independiente, te va imponiendo una dinámica propia: te pide un poco más de aquél color aquí, más luz allá…

Todo eso se multiplica cuando te sumerges en unas dimensiones tan grandes…hoy estaba yo en todas esas cavilaciones, admirándome de cómo se va generando el dibujo y, claro está, no he podido evitar pensar, otra vez, en ese Dios mío creador que acaba completamente sometido de amor a sus criaturas; que antepone a todo el desarrollo y la plenitud de cada uno de sus hijos e hijas…tanto que acaba despojándose de su divinidad para poder arrodillarse ante cada uno de nosotros y lavarnos los pies, para abrir los brazos en una cruz  de amor apasionado.

Sabernos únicos, privilegiados, escogidos, regalados… adorados por el Absoluto es algo muy fuerte que, necesariamente te cambia la vida ¿no?  ¿somos conscientes de ello?