sábado, 21 de mayo de 2011

21 de mayo.UNCIÓN DE VIDA

Alcanzo el final de un día intenso y muy emotivo.
Casi sin dormir, he empezado la mañana con un retiro que me había pedido una comunidad de religiosas. Hemos estado hablando de la necesidad de conquistar y fortalecer la propia libertad y de cómo el voto de obediencia era la mejor herramienta para hacerlo. Cuanto más libre se es, más y mejor podemos dar y recibir amor y, en la medida en que somos capaces de ese amor, abrimos las puertas de nuestra vida a Dios. Él es quien nos guía a la plenitud, el que nos renueva y transforma.
Después he estado confesando a algunas personas mayores. Cada vez descubro con mayor amplitud la riqueza que encierran los que ya afrontan la recta final de sus vidas; no entiendo por qué esta sociedad se empeña en esconderlos, en no contar con ellos.
A mí me sobrecoge escuchar sus experiencias de vida, lo que han ido descubriendo de Dios con el paso de los años; la perspectiva general que todo eso les brinda; encuentro tremendamente edificante el contemplar cómo cada cual trata de asumir el dolor y las limitaciones físicas y me despiertan toda la ternura del mundo esos ojos gastados, pero en los que aún brilla la esperanza que les ha iluminado durante tanto tiempo de búsqueda y fidelidad.
Estaba confesando y tenía que reprimirme para no saltar sobre cada uno de ellos y darles un abrazo admirado.
Así se me ha escapado la mañana, tanto que he llegado un poco tarde a comer.
No llevaba ni diez minutos en casa cuando ha sonado el teléfono; una llamada que me ponía por delante una situación que me asustaba y que sabía que llegaría, tarde o temprano.
Aunque llevo ordenado tres años y medio, aún no había sido necesario que administrara a nadie la unción de enfermos, ni siquiera lo  había visto nunca. En otras entradas he comentado ya la impotencia que me genera el sufrimiento de mis hermanos ante la muerte… esto, unido a mi inexperiencia me hacían temer este momento.
Además no se trataba de una persona desconocida sino de un gran hombre por el que siempre he sentido (aunque calladamente) admiración y gratitud. No lo he pensado dos veces, me he encomendado al Señor y he salido corriendo.
Cuando mi familia y yo llegamos a esta ciudad, lo hacíamos en un momento muy duro: los médicos decían que mi padre se moría; mis hermanos y yo éramos pequeños y vinimos aquí, la tierra natal de mi madre, buscando el apoyo de la familia ante estas circunstancias… pero resulta que el plazo de las matrículas escolares había terminado ya y, a mis padres se les añadió la angustia de que no teníamos colegio.
Pero, entonces apareció quien, sin conocernos de nada, se compadeció de la situación, se supo hacer cercano y nos tendió la mano, haciéndonos un hueco en la escuela que dirigía. Después fue mi profesor y años después, el de mi hermano.
Hoy, mi viejo director agonizaba y, las cosas de la vida, ahí estaba yo… emocionado y tembloroso, con el corazón encogido y lleno de gratitud, junto a toda su familia, ayudándolo para su encuentro definitivo con el Padre.
Después he ido a casa de mis padres que aún viven cerca, para darles la mala noticia. Es entonces cuando se me ha escapado de las manos toda la emoción contenida y me he hartado de llorar.
Mi madre, también afectada, ha comentado “este niño es como yo, pero tendrá que cambiar porque, si no, va a sufrir muchísimo”. Supongo que, en parte, tiene razón –como suele pasar siempre con las madres- pero esta vez mis lágrimas no eran de pena.
No podía sentir pena por mi maestro porque sabía que, tras una larga vida de fidelidad, de honor y humanidad, ahora se abrazaba por completo a la infinita misericordia de Dios…
Tampoco por su familia porque, herederos de sus padres, son gentes de fe y bien preparados, que –aunque con dolor- afrontan este paso con confianza y serenidad.
Me venían a la mente las religiosas y los ancianos de la mañana, aquél educador, hombre bueno; ahora, en la noche, creo que lloraba admirado por el profundo misterio de la vida, la grandeza del  ser humano… en definitiva, el misterio y la grandeza de Dios.

2 comentarios:

  1. qué sentimientos transmites en esto que compartes hoy..gracias..!

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  2. ¡Qué paz llevaría ese amigo tuyo al que has ayudado a dar el paso definitivo, y qué seguridad al saber que eras precisamente tú quien le ayudabas a darlo!.
    Me da mucha pena que en nuestra Iglesia le demos tan poco valor a un sacramento tan bonito y reconfortante, tal vez sea porque lo asociamos con muerte y fin. Raramente los enfermos optamos por él y en la mayoría de los que están en su lecho de muerte, participan a través de sus familiares que son los encargados de "AVISAR AL CURA". Y no pocas veces, cuando os avisan es para decir que "si pueden ir a su casa que fulano ha fallecido". ¡¡¡¿Pero dónde está nuestra fe en el gran y definitivo encuentro con el Padre?!!!
    ¡¡¡¿Cómo privar a nuestros familiares de esa ayuda, de esa fortaleza de espíritu para soltarse tranquilos y en paz de este mundo, felices de ir al PADRE?!!!
    Ojalá consigamos todos ir cambiando poco a poco la errónea idea que flirtea por ahí respecto a la Unción de Enfermos y participemos de él con más asiduidad; tal vez nuestros cuerpos mejoren poco, pero nuestras almas... infinito.

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