Imagino que a todos nos ha
ocurrido alguna vez: vas por la calle, con la cabeza puesta en lo que sea que
nos ocupe, y de repente te impacta algo; una imagen, un olor, un sabor, un
sonido; y –sin saber muy bien por qué- te estremeces por dentro; se despierta
en tu intimidad algo que estaba dormido.
Esta tarde me sucedía algo así,
de pronto, he retenido la estampa que me rodeaba: la calle semi-desierta, los
charcos entre adoquines brillaban bajo las luces navideñas y, a lo
lejos, se distinguían los faros de un coche. No tengo ni idea del por qué, es
parte del insondable misterio de la mente y el corazón humanos, pero ese cuadro
que armonizaba la soledad y la calidez me ha reconfortado por dentro; me ha
dibujado en la cara una sonrisa serena y me ha hecho sentirme muy bien,
profundamente a gusto …
Estas cosas seguramente responden
a que nos conectan con recuerdos que creemos olvidados, a viejas experiencias y
sentimientos que nunca se fueron, no lo sé porque no soy psicólogo, lo cierto
es que uno se descubre como si te abrazaran el corazón. No puedo, por tanto,
dejar de pensar que es el mismo Dios el que también está detrás de todo eso;
que se vale de cualquier cosa para hacernos llegar ese bienestar, su cariño,
para besarnos el alma…
Una lluvia de caricias que,
incesantemente, se derrama sobre este mundo nuestro. La pena es que únicamente
nos enteramos cuando esa bendición, por alguna razón, nos pilla sin los
paraguas que nos empeñamos en cargar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario