sábado, 29 de diciembre de 2012

28 de diciembre. INOCENTES


Anoche llegaba al convento uno de mis hermanos más jóvenes que está estudiando en Roma y, de camino a la casa de su familia, ha hecho un alto para pasar unas horas con nosotros. Como coincidía con el día de los inocentes en la comunidad le habíamos preparado una bromilla.

Otros años no me acuerdo de esa simpática tradición, pero esta vez sí lo he tenido presente: nos hemos gastado bromas unos a otros; he estado en guardia, atento para que no me la dieran a mí y  he leído, con una sonrisa en los labios, las historias inverosímiles que los amigos contaban en las redes sociales.

Por otro lado, tampoco se me ha ido de la cabeza que hoy hace un año que Paco se nos fue a la casa del Padre.

Así es la vida, una mezcla extraña de experiencias, de sentimientos encontrados; imagino que, en estas fiestas tenemos eso más presente: nos reunimos y disfrutamos pero nos resulta inevitable el acordarnos especialmente de aquellos que ya no están o de las sombras que nos amenazan. Sé que no es esa la principal razón, pero puede que esa sea también una la causa de que, en medio de unas celebraciones tan entrañables, nos encontremos con el relato de una tragedia como la de los santos inocentes… es posible, incluso, que por eso la tradición haya mezclado, en una sola cosa, el humor, el absurdo y la risa con  algo tan tremendo como una matanza de inocentes…
 
 

Estaba yo con estos pensamientos y me ha llegado la puntilla cuando, sin esperarlo, se ha terciado una velada de cine con mi ahijado y he visto “Los Miserables”. Emocionado he vuelto a presenciar esa bella y profunda historia que  te presenta la realidad de tantos “santos inocentes”, victimas de la historia, de la injusticia y el egoísmo. En medio de todos ellos, cada personaje representa una forma de responder ante la tragedia humana: están los que, como payasos se arrastran en pos del dinero; quienes valientemente dan la vida por un ideal; el fariseo atrapado por la ley, el deber y lo correcto… y está también Jean Valjean.

Él, dice al comienzo de la narración, hace suyas las palabras que un sacerdote le ofrece,  que su vida es de Dios y desde esa perspectiva es como afronta el sinsentido; el mismo vacío del que había sido rescatado por  Dios y tras el cual  se abría una oportunidad nueva y llena de plenitud… la existencia del que puede ser misericordioso porque se sabe beneficiario de la Misericordia; la del que va más allá de lo conveniente, los ideales políticos, los bienes materiales o la ley para vivir desde y por lo “humano”… la del que responde a lo absurdo con un sentido de vida.

Nuestra Navidad no es un ensueño pasajero de lucecitas y espumillón; no es un paréntesis agradable pero fugaz… es la propia realidad del mundo y de las gentes que lo habitan; es un niño que nace miserable entre lo miserables; es un Dios que viene a salvarnos de la banalidad y la sinrazón.

Porque, digan lo que digan, en esta vida hay cosas que no se pueden explicar, que no tienen sentido ni desde lo mundano ni desde lo divino… que sólo podemos asumir apostando por nuestra propia humanidad, por nuestra auténtica verdad; como lo hace Dios en una cuadra de Belén.

No hay comentarios:

Publicar un comentario