Después del triduo de miércoles,
jueves y viernes, he tenido la oportunidad de compartir un retiro y religiosas,
una cena de la parroquia, la profesión de unos laicos dominicos y una
fiestecita prenavideña con los jóvenes. Todo ha salido muy bien y ahora, por
fin, se termina esta semana de tanto trabajo. Parecía que no iba poder alcanzar
el final, pero todo llega y ahora me siento satisfecho y alegre. Precisamente
hoy que es el día de la alegría, tercer domingo de adviento, domingo de “gaudete”.
Las lecturas de este domingo nos
invitaban a estar alegres, una propuesta que alguien podría llegar a considerar
ofensiva: ¿cómo estar alegres en medio de tanta dificultad, cuando las cosas
van tan mal y tal cantidad de seres humanos sufre? ¿qué relación existe entre
la alegría y tantas tragedias cotidianas que se nos presentan? ¿es posible
estar alegre hoy?
Me imagino que habría que empezar
aclarando de qué alegría nos habla la Palabra.
No puede ser una alegría fugaz,
la que nos llega cuando las cosas nos salen bien o corresponden a nuestras
expectativas y deseos; esa se nos va en cuanto llegan los problemas y las
dificultades … No puede ser de Dios si se acaba…. La relación entre alegría y dolor
no puede ser de incompatibilidad.
Tampoco puede consistir en
encerrarnos en una burbuja de bienestar y anestesiarnos frente a la amargura y
el desconsuelo de nuestro mundo y de los
Hermanos; ¿una alegría de mentira que le da la espalda a la realidad? No,
tampoco puede ser de Dios: es imposible que la relación sea de indiferencia.
La verdadera alegría cristiana,
no sólo no es incompatible con el sufrimiento, sino que está muy cerca de él.
Casi me atrevería a decir que brota precisamente de esas situaciones de dolor. Será
por eso que las personas más alegres que he conocido en esta vida; los que
transmiten y contagian más entusiasmo; más verdad de vivir, son precisamente aquellos que se han atrevido
a comprometerse con los que más sufren; con los excluidos; los “don nadie”…Solo
el que lo pasa mal, quien hace suya la compasión y la misericordia, puede
sentir la alegría de saber que lo que nos hiere, lo que ahoga al mundo, va a
terminar, es un gozo que únicamente se puede vivir desde la necesidad de ser
salvado y liberado; la de saber que Él está con nosotros; que no se va; que su
amor nos dignifica, nos hace indestructibles y colma de sentido hasta lo más
inexplicable y absurdo….
Así sí se puede SER alegre: en el
Señor… yo lo he visto, lo veo, lo sé…
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