En el día de hoy, han coincidido varias
personas que me han compartido sus penas; que me han hablado de las tremendas
situaciones a las que deben enfrentarse… así que esta es una de esas noches en
las que llego al cuarto sobrecogido ante lo mucho que sufre la gente; admirado
frente a su capacidad de resistir y seguir adelante…
Me afecta, no puedo decir lo
contrario; me afecta, y mucho, cada lágrima que alguien derrama conmigo; la
impotencia y la pobreza que suelo sentir en esas circunstancias.
Hoy, desde la primera lectura, el
profeta Isaías nos decía en nombre de Dios: “Consolad, consolad a mi pueblo”.
Hace poco, una hermana con la que
compartía estos sentimientos, me recordaba algo que ya sé pero que no consigo
realizar: que parte de nuestra vida es asumir que todas las soluciones no están
en nuestras manos… que, con frecuencia, en lugar de satisfacer nuestro deseo de
resolverlo todo, todo lo que podemos hacer es conformarnos con estar; tratar de
ser consuelo con nuestra presencia… pero eso sí que es irrenunciable; algo que,
de ninguna forma, podemos dejar de hacer los unos con los otros cuando el dolor
y la oscuridad nos visitan: estar.
Estar y confiar en Dios, dejar
que sea Él quien salga a buscar al que no pueda más… al que se pierda en lo
oscuro; al quien quede atrapado por el peso de la desesperación… siempre lo
hace; ya viene….
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