Estamos acostumbrados a
plantearnos el adviento como un tiempo de conversión; la oportunidad de
cambiar, el momento en el que tengo que hacer las cosas mejor o debo abandonar
los malos hábitos…
No digo que no, desde luego, pero
esta tarde, en la reunión comunitaria, uno de mis hermanos nos ha regalado una
perspectiva que me ha encantado y quiero compartir aquí:
“Es el tiempo de buscar nuestra
alegría”
Desde que lo he oído, no se me va
de la cabeza; sigo acariciando esa idea con el pensamiento.
Me pregunto si, antes de ponernos
a buscar, sabemos de verdad por dónde hacerlo e, incluso, si conocemos qué es lo que nos da alegría de la buena…. Me
refiero a esa que no se dibuja solo con
la cara sino que se nos agarra al corazón y se nos sale por los ojos; a esa que
no se marcha cuando llega la oscuridad sino que, por el contrario, es la que en
esos momentos nos serena el alma y nos da la fuerza para seguir adelante…
¿Por dónde está mi alegría hoy? Qué
personas, lugares o acciones me hacen estar alegre?
Esa reflexión me parece imprescindible;
primero para saborear todas esas bendiciones y también porque, el que es
nuestra alegría viene a nuestro mundo y, si queremos salir al encuentro del Señor, por
ahí – en esas gentes, espacios y gestos- debe estar el camino…
Saber de esa alegría que ya
tenemos, nos puede dar idea de lo que está por llegar; de lo mucho que Dios nos
tiene reservado; de lo que aún podemos disfrutar y vivir.
Si pensamos en todo esto ¿quién
puede quedarse de brazos cruzados? ¿a quién le pueden faltar las ganas o las
fuerzas de adentrarse deseosos en el adviento?
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