En medio de esta semana loca, en
la que tengo mucho más trabajo que de costumbre, hemos comenzado en la
parroquia el triduo de preparación a la navidad… rezábamos y compartíamos sobre
la belleza y bondad de todo lo creado y ha sido un muy necesario rato de reposo
y serenidad. Mientras rezaba me daba cuenta de la mucha falta que me hacía
detenerme un poco.
Es inevitable, los trabajos, los
compromisos de cada día, las necesidades que no dejan de llamar a la puerta… la
vida te va envolviendo, y eso está genial, para vivir así vine a la Orden, para
tratar de darlo todo; pero, de vez en cuando, si uno quiere seguir “dándose”
tiene que parar.
Este año, después de lo que le he
predicado a los chavales de un colegio, las
palabras e ideas pronunciadas volvían a mi mente y a mi corazón. Mientras
conducía por el camino de vuelta, he decidido poner los medios necesarios para
poder hacerlo esta navidad; pretendo apartarlo absolutamente todo, para
intentar vivir esos días disfrutando especialmente de la Navidad, de la
intimidad con mi Dios.
Probablemente, quienes me
conozcan estarán pensando “¡ja!, este no es capaz de hacerlo”. Es verdad que me
cuesta aparcar temporalmente la urgencia de la predicación, pero poco a poco, estoy
aprendiendo a respetar eso del cansancio y la preocupación; tomando verdadera conciencia de que la pausa; el
mantenerme callado un tiempo; el salir al desierto, es también parte de mi
vocación; de cualquier vocación.
Sé que no es fácil para nadie
encontrar el tiempo y la posibilidad para hacerlo; pero, en la medida de lo
posible, todos deberíamos propiciar la
oportunidad de retirarnos; especialmente ahora. ESO ES TAMBIÉN EL ADVIENTO.
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