Me sé muy cuidado por Dios y en
general lo siento así; pero hay días en que uno se da cuenta de ello con una
intensidad especial. La de hoy ha sido una de esas jornadas en las que en todo
descubres con fuerza la presencia del señor. Cuando me ocurre esto, no puedo
evitar el recuerdo de los tiempos en los que discernía mi vocación… aquellos
meses son para mi el referente en este tema. No se me olvidará jamás la forma
en que Él se volcó conmigo, esa sensación de estar permanentemente mimado, guiado
y animado por Dios. Como dice P. Coelho en su obra “el alquimista” descubrí que
es eso de que el universo entero conspire para que alcances tu proyecto
personal… saber qué quería Dios que
hiciese con mi vida.
Luego, las crisis, las rutinas,
la propia debilidad… hacen que esa experiencia se difumine, o mejor dicho, se
transforme; puede que hasta acabes acostumbrándote a su belleza hasta que –poco
a poco- vas dejando de apreciarla.
Sin embargo, siempre que me paro
a pensar, añoro la forma en la que latía mi pecho entonces; la luz que llegaba
hasta mis ojos; la fuerza con la que avanzaban mis pies…
¡Cuanto nos perdemos al no
dejarnos cuidar por Dios! Y lo hacemos con demasiada frecuencia: cuando nos obstinamos
en cerrarle la puerta y darle la espalda
pensando que podemos valernos solos; al cerrar los oídos a su voz o no querer
seguir las señales que nos pone en el camino… otras veces estamos tan distraídos
que no nos damos cuenta de que estamos
recibiendo una caricia o siendo colmados de besos, que se está poniendo el
mundo a nuestros pies…
En estos últimos días de
adviento, cuando el nacimiento del niño Dios está muy próximo, imagino a María:
preparándose para cuidar, con el infinito cariño de una madre, al bebé que iba
a alumbrar; ansiando tenerlo en sus brazos al fin; deseando el momento de jugar
con sus manitas, besar sus piececillos, achucharlo
contra su mejilla… e imagino también así a Dios con ella y con cada uno de
nosotros, sediento de nuestro cariño; envolviéndonos con sus brazos, abrazándonos
en cada latido de nuestro corazón, cantándonos una nana al oído del alma, desbordando
este mundo de todos con regalos exclusivos para cada uno… aguardando con
ilusión cada instante en el que –aunque sea por casualidad- nosotros le miramos
y le ofrecemos una sonrisa.
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