jueves, 20 de diciembre de 2012

19 de diciembre. LA CREACIÓN AL OíDO


Me sé muy cuidado por Dios y en general lo siento así; pero hay días en que uno se da cuenta de ello con una intensidad especial. La de hoy ha sido una de esas jornadas en las que en todo descubres con fuerza la presencia del señor. Cuando me ocurre esto, no puedo evitar el recuerdo de los tiempos en los que discernía mi vocación… aquellos meses son para mi el referente en este tema. No se me olvidará jamás la forma en que Él se volcó conmigo, esa sensación de estar permanentemente mimado, guiado y animado por Dios. Como dice P. Coelho en su obra “el alquimista” descubrí que es eso de que el universo entero conspire para que alcances tu proyecto personal… saber  qué quería Dios que hiciese con mi vida.

Luego, las crisis, las rutinas, la propia debilidad… hacen que esa experiencia se difumine, o mejor dicho, se transforme; puede que hasta acabes acostumbrándote a su belleza hasta que –poco a poco- vas dejando de apreciarla.

Sin embargo, siempre que me paro a pensar, añoro la forma en la que latía mi pecho entonces; la luz que llegaba hasta mis ojos; la fuerza con la que avanzaban mis pies…

¡Cuanto nos perdemos al no dejarnos cuidar por Dios! Y lo hacemos con demasiada frecuencia: cuando nos obstinamos en cerrarle  la puerta y darle la espalda pensando que podemos valernos solos; al cerrar los oídos a su voz o no querer seguir las señales que nos pone en el camino… otras veces estamos tan distraídos que no nos damos cuenta de que  estamos recibiendo una caricia o siendo colmados de besos, que se está poniendo el mundo a nuestros pies…
 


En estos últimos días de adviento, cuando el nacimiento del niño Dios está muy próximo, imagino a María: preparándose para cuidar, con el infinito cariño de una madre, al bebé que iba a alumbrar; ansiando tenerlo en sus brazos al fin; deseando el momento de jugar con sus manitas, besar sus piececillos,  achucharlo contra su mejilla… e imagino también así a Dios con ella y con cada uno de nosotros, sediento de nuestro cariño; envolviéndonos con sus brazos, abrazándonos en cada latido de nuestro corazón, cantándonos una nana al oído del alma, desbordando este mundo de todos con regalos exclusivos para cada uno… aguardando con ilusión cada instante en el que –aunque sea por casualidad- nosotros le miramos y le ofrecemos una sonrisa.

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