Me encantan las festividades
civiles, como la de hoy; son los días en los que el volumen de trabajo
desciende y de verdad tengo “fiesta”.
Así que la jornada de hoy ha sido
tranquilita, he podido dedicarme a la tesis y, sobre todo, he disfrutado de una
salida comunitaria con mis hermanos, los frailes. Supongo que, para quienes nos
vean por ahí debemos ser un grupo extraño, jeje… pero a mí me encantan estas
escapadillas que nos regalamos de vez en cuando: es como si, por unas horas,
dejásemos aparcados los trabajos y las preocupaciones para dedicarnos
únicamente a disfrutar de la fraternidad; cuatro personas compartiendo lo que son, unos con otros.
Si, cuando me estaba formando en
la orden me hubiesen dicho que yo iba a estar tan a gusto en esta casa no me lo
hubiese creído…en mi romanticismo e inexperiencia de entonces fantaseaba erróneamente
con comunidades ideales, compuestas por frailes jóvenes y con planteamientos
parecidos a los míos y no me parecía nada apetecible integrarme en una comunidad con tantas diferencias de edad, personalidad
y planteamientos.
Y, sin embargo, aquí estoy y más
feliz que una perdiz. Esta claro que la cosa funciona porque, a pesar de todas
las diferencias que hay entre nosotros, sí que tenemos en común lo más
importante, lo sabemos y Él es quien nos
mantiene unidos.
Precisamente hoy, que en este país
hemos celebrado el día de la constitución, estoy pensando que las comunidades
cristianas tenemos mucho que ofrecer a la sociedad en la que vivimos. Evidentemente,
no podemos imponer a Jesucristo a nadie (¡ni deberíamos quererlo!) pero sí
podemos presentar un modelo válido de comunidad. De mostrar con la propia vida
que es posible alcanzar la unidad en la diversidad; que se puede realizar si,
en lugar de que cada cual se las avíe, no perdemos de vista un destino común.
Aunque no podamos dejar de
denunciar las injusticias y violencias, no encentro que sea nada evangélico el
recelar de la sociedad o la cultura y mucho menos el posicionarse en contra. Si
esperamos con las puertas abiertas al hijo del hombre, no tiene ningún sentido
echarle el cerrojo a la humanidad. Creyentes o no creyentes; gentes de
cualquier orientación o ideología, tenemos también en común los mismos
fundamentos y deseos: la felicidad, el respeto, la dignidad humana, la justicia…
puede que pretendamos alcanzarlas por caminos diversos, pero en realidad todos
queremos lo mismo.
Adviento es también preparar el
camino al ser humano; ahora que todo el mundo protesta y se indigna puede ser
la ocasión de presentar alternativas y respuestas; el momento de apartar el
individualismo y los intereses egoístas para priorizar ese deseo compartido por
todos… la hora de alumbrar una forma diferente de convivir.
Gracias por acompañarnos en nuestro adviento.
ResponderEliminarUn abrazo desde Valencia