Crecí pensando que los curas eran
semidioses, seres perfectos, sin ningún defecto; aún hoy es fácil encontrar que
te presentan ese modelo de sacerdote: hombres incombustibles que no dudan
jamás, que no sufren crisis, que siempre están contentos, que nunca fallan y
tiene todas las respuestas… así son los buenos, al menos.
Pero yo, y es más evidente de lo
que me gustaría, aunque trato de ser fiel, no soy así: me canso y me agobia el
exceso de trabajo a veces; en ocasiones me parece que no puedo más, que es
demasiado el peso de tantas cruces que los hermanos me presentan; hay días que me
asaltan dudas y desánimos; me hago, como cualquiera, preguntas y, cuando toca,
también debo atravesar áridos desiertos…
Esa realidad solía preocuparme,
consideraba que eran señales que reflejaban
el mucho camino que me faltaba por recorrer para ser un buen
religioso y presbítero. He llegado a
negarme a mí mismo esas situaciones, no queriendo aceptar mi oscuridad, una etapa crítica o de debilidad que me
acompaña.
Pero hace poco, una persona vino
a mi… me hablaba de cómo se sentía; de su sensación de inutilidad y sus
fracasos. En cuanto empezó a hablarme, enseguida identifiqué esas emociones,
¡yo también las había vivido! Desde ahí pude acoger mucho mejor lo que me
estaban diciendo, ¡sabía lo que era!
Eso me hizo pensar en que la
perfección, al menos en cristiano, no es esa ausencia de faltas o flaquezas que
siempre había creído; eso no sería humano. Que, a lo mejor, consiste en todo lo
contrario… en dejar que las tormentas de la vida te empapen el alma; en haber
hundido tus bruces en los hoyos del sendero; en reconocer cada herida, cada
hielo y cada clavo… en haber pasado por todo eso y continuar adelante, aferrado
a la brújula del amor buscando las sendas de la Verdad y de lo humano…
Que la cuestión no está en
convertirse en algo sobrehumano, que está por encima de las debilidades de
todos los días, sino que es al revés, que se trata de permanecer, a pesar de
todo, en fidelidad y perseverancia. Hacerlo de la mano de cada hombre y mujer,
compartiendo todas las dificultades y carencias con ellos; mostrando a todos, desde
la realidad de tu propia debilidad, que siempre se puede salir del túnel más
oscuro; que la esperanza no se apaga; que venceremos, sea lo que sea lo que nos
ahoga el corazón… que Dios está, incondicionalmente, aquí.
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