domingo, 3 de marzo de 2013

2 de marzo PERFECTO


Crecí pensando que los curas eran semidioses, seres perfectos, sin ningún defecto; aún hoy es fácil encontrar que te presentan ese modelo de sacerdote: hombres incombustibles que no dudan jamás, que no sufren crisis, que siempre están contentos, que nunca fallan y tiene todas las respuestas… así son los buenos, al menos.

Pero yo, y es más evidente de lo que me gustaría, aunque trato de ser fiel, no soy así: me canso y me agobia el exceso de trabajo a veces; en ocasiones me parece que no puedo más, que es demasiado el peso de tantas cruces que los hermanos me presentan; hay días que me asaltan dudas y desánimos; me hago, como cualquiera, preguntas y, cuando toca, también debo atravesar áridos desiertos…

Esa realidad solía preocuparme, consideraba que eran señales que reflejaban  el mucho camino que me faltaba por recorrer para ser un buen religioso  y presbítero. He llegado a negarme a mí mismo esas situaciones, no queriendo aceptar mi oscuridad,  una etapa crítica o de debilidad que me acompaña.

Pero hace poco, una persona vino a mi… me hablaba de cómo se sentía; de su sensación de inutilidad y sus fracasos. En cuanto empezó a hablarme, enseguida identifiqué esas emociones, ¡yo también las había vivido! Desde ahí pude acoger mucho mejor lo que me estaban diciendo, ¡sabía lo que era!

Eso me hizo pensar en que la perfección, al menos en cristiano, no es esa ausencia de faltas o flaquezas que siempre había creído; eso no sería humano. Que, a lo mejor, consiste en todo lo contrario… en dejar que las tormentas de la vida te empapen el alma; en haber hundido tus bruces en los hoyos del sendero; en reconocer cada herida, cada hielo y cada clavo… en haber pasado por todo eso y continuar adelante, aferrado a la brújula del amor buscando las sendas de la Verdad  y de lo humano…

Que la cuestión no está en convertirse en algo sobrehumano, que está por encima de las debilidades de todos los días, sino que es al revés, que se trata de permanecer, a pesar de todo, en fidelidad y perseverancia. Hacerlo de la mano de cada hombre y mujer, compartiendo todas las dificultades y carencias con ellos; mostrando a todos, desde la realidad de tu propia debilidad, que siempre se puede salir del túnel más oscuro; que la esperanza no se apaga; que venceremos, sea lo que sea lo que nos ahoga el corazón… que Dios está, incondicionalmente, aquí.

No hay comentarios:

Publicar un comentario