Hoy, 5 de marzo, era la fecha en
que tenía pensado comenzar un viaje que me ilusionaba mucho: eran unos días que pasaría fuera para
trabajar en mi tesis y también para descansar, rezar y encontrarme conmigo
mismo… pero el proyecto se chafó por causas inevitables y aquí sigo.
No sé si habrá sido casualidad o
sugestión, pero por si mis planes arruinados fuesen poco, me he levantado con
un dolor tremendo de espalda y la cabeza que me iba a reventar; aun así me he
puesto en marcha… el día estaba feo y llovía a mares, después se me torcían un
par de asuntos que tenía pendientes... Era uno de esos días en los que uno no
debería estar donde está y en los que parece que todo está en tu contra.
Supongo que ahora muchos de los
que me leen estarán pensando: “pero seguro que ahora cuenta que luego le ha pasado algo que haya salvado y
dado sentido a la jornada”…
Pues no, esta vez, no. Aunque por
supuesto, no todo ha resultado malo y también he vivido cosas agradables, ahora
mismo –cuando este martes va llegando a su fin- continuo con el malestar físico,
que se ha ido agravando con las horas, y con la misma sensación de desagrado en
el corazón.
Y es que hay días así, flojillos,
ya sea porque no responden a las expectativas que teníamos o porque,
verdaderamente muchas cosas salen mal… y tenemos que asumirlo, que muchas veces
nada es como nos gustaría o esperábamos.
Pero, a pesar de todo; ahí sigue estando, dentro de mí; una perenne
sensación de gratitud: por estar vivo, por las personas a las que quiero, por
mi vocación, porque sé que – aunque hoy no se vea- tras las nubes y la lluvia
continua brillando el Sol… Y me voy a dormir contento por todo lo vivido,
convencido de que mañana será otro día; un nuevo regalo en el que, quizás, descubra que mucho de lo que hoy
me pareció desafortunado, fue en realidad una bendición.
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