viernes, 8 de marzo de 2013

8 de marzo. EL MORIR SE ACABA


 

Hoy hemos celebrado el funeral de una hermana dominica, pertenecía a la fraternidad laical de la parroquia y fue una mujer excepcional. Nos reuníamos en la Iglesia sus hermanos en la Orden y muchas de las personas que la quieren; lo hemos hecho en un ambiente de confianza y gratitud: confianza porque sabemos que ya disfruta de la vida verdadera y gratitud por todo lo que ella nos enseñó con su ejemplo de lucha, generosidad, fe y compromiso; reconocimiento a lo mucho que nos dio, con el amor que derrochó a su paso por esta tierra.

Entre los dominicos y las dominicas, el reunirnos ante la muerte; el presentar juntos a Dios  la vida de los hermanos, es una tradición que hunde sus raíces en los orígenes de la Orden. Es el adiós en comunidad, pero una despedida que no es para siempre, es un ¡hasta pronto! Por eso es emocionada, llena de sentimiento, pero también de alegría y esperanza.

Mientras caminamos por esta tierra somos portadores, como Nuestro Padre Domingo, de la luz del Evangelio: pequeñas estrellas que iluminan el firmamento de la Iglesia y la humanidad. Dicen los astrólogos que muchas de las estrellas cuyo brillo contemplamos en el cielo, ya no existen, aunque su luz nos llegue en el momento actual. La luminosidad del amor, la caridad que sembramos en esta tierra, nos trasciende, va mucho más allá de nosotros mismos; nos hace eternos. En esa luz estamos todos unidos, en comunión, los creyentes de hoy, los de ayer  e incluso los del mañana.
 


Por eso los dominicos, todos los días, rezamos por los hermanos, parientes y amigos que fueron a la casa del Padre antes que nosotros: por ellos y con ellos.

Desde esa esperanza, con esa convicción, desde esa preciosa perspectiva,  podemos todos vivir, morir y despedirnos.

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