Sigo dándole vueltas al asunto de
la sencillez. A mi edad, uno se empieza a dar cuenta de que la vida va pasando
y de que muchas de las cosas que esperaba conseguir no han llegado; que va
siendo hora de ir a por ellas, si de verdad las quieres…
El problema es depurar tus sueños
y averiguar qué es lo que verdaderamente deseas. Ninguno de
nosotros, y tampoco los religiosos, estamos libres de las tentaciones del
consumo y el aparente éxito social que nuestra sociedad nos presenta, y esas
tentaciones pueden colarse, sin que nos demos cuenta, en los sueños que
acariciamos… y uno “quiere querer lo que Dios quiere”, sí, pero…
Estoy plenamente convencido de
que en la voluntad de Dios está el camino: en el servicio, en la pequeñez, en
dar la vida, en los olvidados. Del mismo modo, sé que eso supone que uno mismo
acabe siendo igual de arrinconado e insignificante…
En esta vida hay unos pocos que
triunfan, que son reconocidos y considerados; y una inmensa mayoría que trabaja,
sufre y vive en silencio, que nunca
serán nada a los ojos del mundo.
Mi lucha interior va por ahí últimamente,
quiero estar del lado de los segundos, me esfuerzo por hacerlo, pero trato de
que mi opción sea profunda y convencida… sin envidiar a los primeros, ni añorar
los aplausos que no recibiré.
Ciertamente, es un posicionamiento
que se puede realizar desde infinidad de carismas diferentes, que no todos
estamos llamados a hacerlo del mismo modo; pero no quiero que eso sea una
excusa que justifique una existencia que, en el fondo, esté muy lejos de las víctimas
de nuestra historia.
Y ¿cómo hacerlo? Pues ahí tengo
el Evangelio, el modo en el que lo hizo Jesús: mirándome a mí mismo y a mi
propia vida desde los ojos de Dios; dejando que sea, sólo Él, el que me
reconozca; buscando afirmación desde su experiencia, por dentro y no por fuera.
En principio lo sé todo, tengo las
respuestas que necesito; la Escritura nos lo dice muy clarito… pero no termina
de entrarme en la cabeza ni en el corazón. Seguramente no soy el único, otro
gallo cantaría si las gentes de Iglesia estuviésemos plenamente convencidos de
ello; si sólo pusiéramos nuestra confianza y seguridad en Dios; si todo nuestro
afán fuese ser pequeño con los pequeños.
Pero bueno, ¡para eso está la
cuaresma! Para recordarnos que no podemos dejar de pelearnos con nuestros
miedos, egoísmos, inseguridades y suficiencias; y una cosa está clara, puede
que no sea conquista de un día pero, mientras nos continuemos esforzando, iremos ganándonos
pequeñas batallas; seguimos manteniendo abierta la puerta de la esperanza; la
certeza de que algún día, Dios nos ganará por completo.
"Mantener abierta la puerta de la esperanza y ser pequeños con los pequeños".Gracias Felix.
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