Esta tarde, reflexionaba en voz
alta durante la predicación de la eucaristía, acerca de la confianza en Dios,
en la necesidad que tenemos de aumentarla y purificarla para poder ser felices.
Después, comentando el tema con
algunos feligreses, uno me preguntaba “¿pero eso de aumentar la fe? ¿Cómo se
hace?”
Al principio me he quedado muy
parado, porque no soy ningún experto en el asunto, ni nadie como para dar
lecciones… aunque es verdad que uno –como tantos creyentes- ha tomado algunas
opciones importantes de fe, sigo siendo sólo un aprendiz en esto de hacer vida
el Evangelio.
Así que la primera respuesta que
se me ha venido a los labios era bastante obvia: “pues rezando, pidiéndole a
Dios que acreciente nuestra confianza en Él” He adornado la contestación
recordando que la fe es un don; un regalo que se nos hace a todos y que cada
cual acoge o no según sus circunstancias, posibilidades y voluntad.
Es una buena respuesta, claro, de
libro… pero enseguida me he dado cuenta, por la mirada de mi interlocutor, de
que no era suficiente. Seguramente eso ya lo sabía él, como cualquier creyente
medianamente formado en el asunto, probablemente no era eso lo que me estaba
planteando. En realidad, la contestación ni siquiera me satisfacía a mí, que me
gusta hablar de Dios desde lo cotidiano, asequible y concreto.
Así que he seguido pensando en
voz alta, pero claro, la oración también compromete al orante: “A Dios rezando
y con el mazo dando”… la cuestión que me presentas es ¿cómo podemos ejercer
nuestra libertad para hacer posible que el Señor multiplique nuestra fe?
Pues supongo que desde lo humano,
de la misma manera en que todos aprendemos a confiar en otra persona,
sencillamente ¡confiando!
Cuando un padre tiene que empezar
a dejar que su hijo adolescente empiece a salir por las noches, no sabe si hará
alguna tontería o le dará un buen susto; cuando comienza a brotar la amistad o
el amor entre dos personas y llega el momento de abrir el corazón, de mostrar
la propia intimidad, tampoco tenemos ninguna seguridad de que nos sepan acoger,
respetar y cuidar en esa vulnerabilidad… hay montones de situaciones en la vida
en que hay que arriesgarse, apostar por la confianza, y así lo hacemos. Después,
poco a poco, en la medida en que aquél en el que hemos creído no nos defrauda,
vamos profundizando y creciendo en esa relación de fe… pues lo mismo es con
Dios, con la única diferencia de que Él no nos fallará jamás.
Si queremos alimentar nuestra
relación con el Señor, es cuestión de identificar los bastones que llevamos;
las falsas apoyaturas en las que ponemos nuestra seguridad y que son las que no
nos dejan fiarnos por completo de Él. Podemos empezar despacito, soltar una de
esas muletas, aunque sea una pequeña, para comprobar que Dios está ahí
sosteniéndonos… después otra y así, poco a poco podremos ir preparando el
terreno para que el Padre pueda hacer realidad en nuestra vida aquello que le hemos pedido en
la oración.
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