Todos conocemos de sobra la mal
llamada parábola del hijo pródigo, que debería denominarse de forma más
acertada como la del “Padre bueno”.
Se han escrito infinidad de reflexiones
sobre el hijo menor; hemos orado en multitud de ocasiones sobre su error y su
vuelta a casa; nos hemos identificado
con ese pobre que, arrepentido es misericordiosamente acogido por Dios… pero no
hemos profundizado tanto, probablemente porque eso ya nos interesa menos, en la
actitud que propicia la parábola: la del hermano mayor.
Me parece muy necesario que nos
detengamos en ello, no sea que caigamos en una religión farisaica; que aparentemente
estemos cumpliendo con todo lo que manda la Santa madre Iglesia, pero luego, en
el fondo nos falle el amor.
El hermano mayor no ha
permanecido junto a su padre por amor, ni siquiera tiene la suficiente
confianza con él pero, eso sí, se cree capaz de enmendarle la plana, no
reconoce al que vuelve como hermano y se
atreve a recriminar la compasión con la que este es restituido.
En el ejercicio del ministerio me
he encontrado ya con muchas personas que viven la fe de una forma que se
convierte en obstáculo para los otros… unas creencias que convierten en
tragedia lo que, para la mayoría de la gente es una alegría; que llenan de
suciedad e impureza lo que es bello; que separan a los que aman de forma
distinta o condenan a la soledad eterna a los que alguna vez se equivocaron… y nadie quiere a un
Dios así, no puede encontrarse luz en ese tipo de fe. Personas que, sin darse
cuenta, e incluso con la mejor de las voluntades, hacen de hermanos mayores que
no facilitan el regreso de su hermano.
No digo que todo valga, por
supuesto; tampoco olvido la corresponsabilidad de unos con otros ni la
corrección fraterna. Todo eso es necesario, pero sólo si está regido por el
amor y la acogida que siempre nos mostró Jesús.
Es necesario que nuestra fe abra
las puertas a los hermanos, les muestre la posibilidad de acercarse a Dios… si
no somos capaces de construir una Iglesia que refleje misericordia,
comprensión, cercanía, acogida… que muestre el verdadero rostro del Señor, todo
lo demás que podamos hacer resultará inútil: para nosotros y para la humanidad
a cuyo servicio queremos estar.
Q dios te siga benficiendo para q seas luz q nos guie por sus caminos.
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