No quiero ponerme pesado, nunca
he sido muy “papista”, pero tengo que confesar que estoy entusiasmado con el
Papa Francisco. Y creo que ¡no soy el único! tengo el Facebook repleto de
enlaces y fotos que está compartiendo la gente; con cada nueva noticia que me
llega, más perplejo me quedo, más orgulloso me siento y más se enciende mi
ilusión…
Y no quiero lanzar las campanas
al vuelo, que el servicio que se le ha encomendado al papa Francisco no es
fácil, pero si desde el primer momento, me cautivaron los gestos y la personalidad de este hombre,
pero más aún, mucho más, lo que mis contactos –en esa red social y fuera de
ella- me están transmitiendo: no sólo están contentos los de siempre; también
me encuentro con el desconcierto de muchos que se preguntan ¿qué está pasando?;
los que estaban insatisfechos se descubren, con sorpresa, seducidos a sí mismos y vibrando emocionados; los
desencantados, los que esperaban, los señalados empiezan a pensar que, igual
ahora comienza a llegar los que tanto deseaban… unos tejen esperanzas, otros
aprenden; a todos gusta esa sencillez, espiritualidad, austeridad y cercanía; hay una satisfacción y una alegría generalizada
y contagiosa a la que, yo, nunca antes había asistido.
Me parece mentira hasta a mí,
pero esto que estamos viviendo, me ha arrancado de golpe del cansancio que
venía arrastrando y me ha colmado de vitalidad y ganas; me devuelve al primer
amor me hace pensar en que me tengo que exigir más, ¡qué puedo hacerlo!, me
presenta, lleno de colores, el desafío de la vocación y del Reino.
Y me doy cuenta de la mucha falta
que, algo así, nos hacía en la Iglesia: eso que nos aunara en la diversidad,
que nos hiciera darnos cuenta de que, a pesar de las diferencias, en lo
fundamental somos comunión; que reavivara las esperanzas; que nos hiciese a
todos sentirnos y sabernos reconocidos;
que evidenciara la sorpresa que siempre es Dios y que esto no es sólo cosa de seres
humanos; que rescatara esa convicción de que el futuro merece la pena y nos
ayudara, a dejarnos de tanta tontería, para tener muy presente, siempre y ante
todo, que es posible el Evangelio.
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