Estoy saliendo de un proceso
gripal que me ha tenido fastidiado estos dos últimos días, ¡otra vez los virus
dichosos!
Últimamente, no sé si será la
edad que uno ya va teniendo, me estoy poniendo enfermo con cierta frecuencia…
puede que también sea el organismo humano que es muy sabio y sabe obligarnos a
reposar de cuando en cuando.
Como otras veces, la enfermedad ha
entorpecido mis planes, tengo mucho por hacer y ya no podré seguir el ritmo que
me había marcado… pero, también, me ha ofrecido la posibilidad de parame a pensar y hacer una
oración más profunda y continuada que la que habitualmente puedo tener.
Y es curiosa la perspectiva que,
acerca de todo, te regala la debilidad. Te ves en la necesidad de soltar las
riendas, de aparcar lo que creías que era ineludible; recuerdas que no eres
inagotable o todo poderoso, tienes especialmente presente lo muy necesitado que
te sientes de Dios y los demás… y hay que esperar… dejar que sea Él quien
marque los tiempos.
En estos días, he aprovechado
para ponerme bajo la mirada de Dios; para observarme en sus ojos, para dejarme
hablar e iluminar por ellos…
Tenía la sensación de que Jesús
sonreía (la sonrisa más auténtica es la que se dibuja en los ojos) ante mis
esfuerzos inútiles por abarcarlo todo, por estar en todas partes, por querer
hacerlo todo y bien… por todos los batacazos que me pego en esa inconsciente
empresa.
Yo respondía con expresión
desesperada, como diciendo “es que hay tanto por hacer y todo me parece tan
importante, tan urgente….” Pero no aprendo, se me olvida continuamente mi
tremenda incapacidad para casi todo; la fuerza que aún tienen en mí otros
intereses que no son los tuyos; lo pequeño que soy frente a la inmensa vocación
que he recibido…
Y ahí seguía esa mirada de Jesús,
derramando su alegre compasión: te basta mi Gracia; tú solo déjame a mí….
El resfriado ha sido esa
conversación silenciosa que se repetía una y otra vez, pero más profunda en
cada ocasión.
Ahora empiezo a estar mejor y supongo
que mañana retomaré el ritmo cotidiano y pienso que lo voy a hacer con la
serenidad renovada; volvemos a empezar ¡de nuevo! A ver si, aunque sea muy
despacito, vamos aprendiendo a dejarle hacer, a “dejarnos hacer”.
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