lunes, 4 de marzo de 2013

3 de marzo. LO QUE A LA VERDAD ESCONDE


La parábola de la higuera que hoy nos presentaba el Evangelio, sigue siendo, tantos siglos después, muy gráfica y sugerente. Ese árbol frutal, esbelto, voluminoso e imponente pero que no da frutos me despierta infinidad de reflexiones: sobre nuestra forma de vivir la religión, la Iglesia y sobre nosotros mismos… habla de todo aquello que  parece, pero no es…

 


Y hoy mismo, veía una entrevista en la que alguien no dejaba de ofrecer justificaciones, buenas intenciones y propósitos sobre su vida; sólo palabras que el tiempo ha demostrado que eran precisamente eso, palabrería y ya está; muchas hojas que ocupan espacio y que intentan esconder la verdad.

Todos tenemos esos follajes, unos más y otros menos, para intentar disimular una realidad que no nos gusta, que no queremos aceptar… y nos agarramos a ellos, y nos empeñamos en alimentarlos olvidándonos de lo que realmente vale la pena: los frutos de amor de cada día.

Esa  frondosidad de mentira puede ser la nostalgia de otros tiempos que engañosamente se recuerdan como mejores; otras veces adoptan la forma de una fingida realización superficial de lo que soñamos y queremos; también puede ser una supuesta indiferencia frente a lo que nos duele o amamos; un querer ser quienes no somos ni podemos ser… existe una tremenda variedad de hojas que nos sirven sólo para dar sombra, para que no pase la luz y no tener que afrontar nuestra verdad.

Llegamos a creernos que esa espesa capa de hojarasca es lo que importa y podemos, incluso llegar a tirar nuestra vida por la borda; precipitarnos al vacío engañados por esa equivocada convicción.

Pero la parábola termina con una nueva oportunidad, la que siempre nos regala el Señor; un Dios que no se cansa de esperar nuestros mejores frutos.

Siempre es el mejor momento para darnos cuenta de lo bello que es mucho de lo que tenemos; de esforzarnos por hacerlo crecer, en lugar de ahogarlo; de poner amor en todo lo que hacemos; de permitir que ese amor se desarrolle dentro y fuera de nosotros.

A las hojas, tarde o temprano les llega el otoño; acaban cayendo y dejando al descubierto lo que quisimos esconder. Son esos frutos, esa entrega amorosa e incondicional, la que en realidad puede transformar eso que no nos gusta… dentro y fuera de nosotros.

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