¡ Qué
bonitas eran hoy las lecturas de la eucaristía!
Algo nuevo
está comenzando, ¿no lo notáis?, nos decía Isaías. Después, San Pablo añadía
que no mirásemos hacia atrás, que nos lanzásemos hacia el futuro, con los ojos
fijos en Dios y en todo lo que nos tiene
reservado
Y todo esto:
ese futuro, esa novedad, esa vida plena y satisfactoria radica en una sola
cosa, nos lo muestra Jesús, finalmente, en el evangelio, con su encuentro con
la mujer adúltera: todo es renovar nuestra forma de mirar.
Una manera
diferente de mirar al otro, no fijarnos en lo que ha sido, en los errores que cometió,
en lo que no nos gusta… Una manera de vernos mutuamente que nos hace soltar
nuestras piedras: desarmarnos de aquello con lo que nos podemos atacar o
creemos que nos defenderá.
A
desprendernos de los juicios (“ese es un tal o un cual”; “no me gusta quien
eres y tienes que ser otra persona, para tener cabida entre nosotros” “aquél
vive en pecado”) de las imposiciones (“para
ser aceptado tienes que vivir y ser como yo entiendo que debe ser, como fue
toda la vida”) de los deseos de castigar a los demás de una manera u otra ( “ya me las pagará”, “le está bien
empleado”, “ahora se va a enterar”, “ya llegará mi momento”…)… todas esas
piedras que nos lanzamos unos a otros y
que tanto sufrimiento causan, dentro y fuera de la Iglesia.
Los
creyentes no podemos permitirnos ya, de ninguna manera, ir cargando con esas
piedras que nos endurecen el corazón y pesan demasiado como para poder volar al
viento del Espíritu. Hay que despojarse de ellas, para poder descubrir la
posibilidad y belleza del hermano, lo que podrá ser en adelante si le ofrecemos
nuestro amor.
Jesús nos enseña
igualmente un modo nuevo de contemplarnos a nosotros mismos “el que esté libre
de pecado…”, que nos pone en contacto con nuestra realidad: nosotros no somos
perfectos, no lo hacemos todo bien; como el otro, también nos equivocamos y
tenemos nuestras cosas… conectar con esa verdad, no para torturarnos con
nuestros defectos, sino para descubrir que también para nosotros se abre un
amplio horizonte de posibilidad, de riquezas: todo lo que aún podemos
experimentar, dar y vivir.
Una forma
de mirar que hunde sus raíces en la mirada de dios, la de la Gracia y la misericordia
infinita, la del amor: el comprende nuestros porqués, las razones por las que
hacemos o dejamos de hacer… porque conoce y ama la verdad de nuestro corazón.
Con Él, nunca se puede dar todo por perdido: por equivocados que podamos haber
estado, por grandes que sean nuestras faltas, por muy cansados y doloridos que
nos podamos encontrar, con Él siempre es posible volver a empezar.
Esa es
nuestra buena noticia, la vida, el sentido, la luz, el amor, la felicidad están
a nuestro alcance, Dios nos lo está ofreciendo continuamente…. Cambiando la
mirada, el enfoque, podremos verlo Juntos y, juntos, lanzarnos a por ello…
porque la vida, lo nuevo, la transformación, la conversión no es un asunto que
afecte sólo al Papa o al Vaticano, a los curas y las monjas….es cosa de todos y para todos.
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