Hoy nos sorprendía a todos la
noticia de la valiente decisión del Papa; un anuncio que nos muestra a un
hombre que no se aferra al poder y que, al reconocerse incapaz de realizar
adecuadamente su servicio, es coherente y renuncia al ejercicio del mismo.
Todo un ejemplo el que nos ha
dado Benedicto XVI, en este mundo en el que nadie, pase lo que pase, deja
voluntariamente sus cargos o privilegios.
Pero, además, esta opción supone
una nueva puerta que se nos abre a la esperanza…. Puede que sea demasiado
ingenuo, lo sé, pero desde que me he enterado del asunto me he llenado de
ilusión ante el futuro. Todos los católicos del mundo entero pensamos ya en
quién será el nuevo pontífice y muchos albergamos el deseo de que el Espíritu
Santo sople con fuerza en el próximo cónclave y que la Iglesia se abra a su
acción; que estemos atentos a los signos de los tiempos y el nuevo Papa sepa
guiarnos en la presentación de respuestas significativas para los hombres y
mujeres de hoy.
Pero esa posibilidad no descansa únicamente
en los cardenales o en el Vaticano; somos todos y cada uno de los creyentes los
que debemos protagonizar ese paso hacia el mañana, desde nuestra propia vida,
con el compromiso y el testimonio personal, acompañando nuestras ilusiones de
la oración, confiando en que- a pesar de todas nuestras miserias- es el mismo
Dios el que conduce el camino de nuestro pueblo.
Gracias.
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