En mi ciudad están de huelga los
trabajadores de la limpieza urbana. Como la suya es una labor que normalmente
se realiza por las noches, parece que se
hace sola, por arte de magia… es como si no existieran hasta ahora, cuando no
sé si llevan once días sin recoger la basura y Las calles se están llenando de
montañas malolientes.
No entro en las causas de la
protesta, pero esta historia me recuerda a una frase que mi madre (seguramente
todas las madres) nos repetía, a mis hermanos y a mí, muchas veces de pequeños: “¡ya os acordaréis
de mi cuando no esté!”.
Efectivamente, como todas las
madres, tenía razón y desde que salí de
casa han sido infinitos los momentos y razones en los que la he echado de menos
sus detalles y mimitos; de la misma forma, ahora es cuando imagino que todos
los ciudadanos nos damos cuenta de lo necesaria que es esa función para todos.
Como decía mi madre, esto de los basureros me recuerda lo importante que es
saber reconocer y valorar lo oculto, lo escondido, las pequeñas cosas
cotidianas que Dios y los otros nos
regalan cada día.
Por otro lado, nos hace
comprender lo fundamental que resulta el poder ir quitándose. Día a día, la
porquería de dentro; aprender a ir digiriendo poco a poco los enfados, las
ofensas y rencores. Si lo sabemos hacer así, en cada momento, no cuesta tanto
sanearse el corazón… si nos lo guardamos para mañana, si cada noche nos vamos a
dormir sin habernos curado esas heridas, corremos el riesgo de acabar como
están ahora las calles de esta hermosa ciudad: inundados de desperdicios y con
un amenazante peligro de insalubridad.
Y para colmo, creo que esas dos cosas, la limpieza del corazón y
el reconocimiento del otro tienen mucho que ver la una con la otra…
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