La tarde de hoy se me presentaba
bastante desahogada y he aprovechado para hacer “deberes”, para completar o
asumir trabajos que tenía pendientes. El
saber que tienes a la espalda asuntos inacabados te genera una angustia que,
aunque sea prácticamente inadvertible, está ahí, permanentemente estrujándote
el corazón… qué diferencia con la profunda sensación de bienestar y
satisfacción que te produce el haber cumplido, el saber que has terminado algo,
que has hecho lo que debías. Todos, en muchos momentos hemos experimentado lo
mismo.
Pienso que si eso ocurre con las
pequeñas cosas del día a día, mucho mayor es el bien que te provoca el completar
o afrontar los grandes asuntos de la vida: encontrar respuestas, sentidos,
ordenar tu propio interior, vivir conforme a todo eso… Por eso, entre otras
cosas, dice Jesús aquello de “venid a mí los que estáis cansados y agobiados y
encontraréis vuestro descanso”.
No parece que tenga mucho sentido
el continuar vagando por esta tierra con un sentimiento de opresión, de
angustia y fatiga; cuando sabemos lo que podemos hacer para invertir esa experiencia.
Solemos excusarnos diciendo que no hay tiempo, que estamos muy ocupados para
eso, pero no es verdad: cuando algo es necesario y se convierte en urgente encontramos el hueco y la posibilidad de
realizarlo… ¡nada más que tenemos una
vida! Merece la pena y la alegría el dejarse de pretextos, el poner los medios
para que podamos disfrutarla en lugar de sufrirla.
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