El día de hoy celebrábamos al
Beato Angélico, alguien que con el tiempo se ha ido convirtiendo en muy
especial para mí: fraile dominico, pintor, patrón de los artistas y, ante todo
un hombre de Dios. Para colmo, en estas semanas y con motivo de la tesis doctoral,
estoy trabajando sobre él y profundizando en su figura; cuanto más aprendo
sobre quién fue, más y más me fascina su figura.
Aunque soy plenamente consciente
de la tremenda distancia que nos separa, no deja de ser todo un referente, a
nivel espiritual claro, pero también en cuanto al modo en el que supo utilizar
los pinceles para comunicar su
experiencia de Dios a las gentes de su tiempo.
Casualmente, he pasado la jornada
dedicado a la pintura, trabajando en un cuadro que me han encargado. Cuando uno
pinta, en cada pincelada deposita sobre el lienzo algo de sí mismo, probablemente
lo más íntimo de su ser; es por eso que la obra del Angélico es inseparable de
su espiritualidad, sin su vivencia de fe, no habría podido representar con
tanta delicadeza y hermosura las cosas
de Dios.
El arte, todo lo que significa crear,
nos hace entregarnos a lo creado;
dejarse un trozo de ti para que algo nuevo vea la luz y eso nos liga para
siempre a lo engendrado… así es la pintura, la paternidad, la música, el
trabajo cotidiano… ¡el mismo Dios! que al darnos la existencia nos hizo a su
imagen y semejanza, dejó algo de su ser en cada ser humano.
Desde esa perspectiva, también
podemos entender el Evangelio de “el que da su vida la encuentra” Cuando nos
ofrecemos al otro, participamos en su
desarrollo como persona, lo enriquecemos y hacemos más bello y si, con humildad,
también sabemos ponernos en manos de los demás ocurre lo mismo en sentido
contrario; nos hacemos unos a otros y
creamos entre nosotros el vínculo indestructible del amor.
El beato Angélico hoy me hace pensar
que todos podemos hacer del Evangelio un Arte, que todos podemos ser el Arte
del Evangelio.
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