El día de hoy ha sido toda una
sucesión de experiencias bonitas; conforme pasaban las horas, el tiempo no ha
parado de regalarme con rostros y momentos completamente inmerecidos.
Pero de todo lo vivido hoy, ha
sido el rato que he pasado a la hora de comer el que más he disfrutado. La
novia de un joven amigo y feligrés, con motivo de su cumpleaños, me invitaba a presentarme por sorpresa y
compartir con ellos la mesa. Este joven es colombiano y el primer halago que me ofrecían era ese, el
considerarme a mí parte de esa pequeña familia de la que este chico se ha ido
rodeando aquí.
Pero después también me ha
resultado apasionante la compañía de la que he podido disfrutar: cinco personas
de cinco países distintos, con diferentes lenguas, religiones y culturas.
Mira que uno es tímido, pero lo
habían preparado todo con un mimo exquisito para que todos, en nuestra
diversidad, nos sintiésemos a gusto.
Hemos hablado de muchas cosas,
nos hemos interesado por la historia de cada uno, por nuestras costumbres,
ritos y formas de ver la vida en un ambiente de cordialidad y totalmente
fraterno.
Al terminarnos una exquisita
colección de platos internacionales, me pedían que elevase una oración y, todos
juntos, hemos elevado una acción de gracias al Dios común a todos… y yo volvía
a mi convento completamente admirado ante la belleza del ser humano.
Cuando desde muchos lugares
insisten en buscarnos enemigos; en presentarnos a las otras religiones, al
distinto como una amenaza; en levantar
nuevos muros y fronteras… lo que yo he vivido hoy ha sido radicalmente otra
cosa, ante mis ojos y mi corazón se ha hecho evidente que, cuando las personas
se encuentran, más allá de que creamos en Dios, Alá o Yaveh; por encima de los
pigmentos que decoran nuestra piel o del lugar en el que abrimos los ojos por
primera vez; lo fácil, lo natural entre nosotros no es la incomprensión o la
distancia, sino la risa; la palabra y el abrazo.
¡Qué lindo dibujo y comentario!
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