Hoy ha entrado en la iglesia un
individuo que ha robado a una chica del grupo de jóvenes durante la celebración
de la eucaristía. Ha sido en plena consagración, cuando ella se ha arrodillado,
el tipo también lo ha hecho en el banco de atrás, ha metido la mano en el bolsillo
del abrigo que mi amiga había dejado sobre el asiento y, tras desvalijarla, se
ha marchado pitando.
El suceso me ha llenado de
indignación y rabia, no sólo por el móvil que se ha llevado sino por el lugar y
el momento en el que lo ha hecho. Hacía unos minutos yo predicaba sobre las
tentaciones, esa lucha que el bien y el mal libran permanente en nuestro
interior o alrededor de todos nosotros y poco después ahí estaban: una joven buena,
alegre y comprometida rezando mientras otro se aprovechaba de las
circunstancias para robar y hacer daño… como evidenciando la realidad de la que
nos hablaba el Evangelio.
Lo que ha pasado no sólo me ha
despertado enfado, he de reconocer que también se han asomado a mi corazón los
malos deseos, la violencia, la venganza… es lo que produce el mal, más y más
mal en cadena.
Pero el Evangelio de hoy nos
mostraba a Jesús, hombre como nosotros, que rompe esa funesta espiral al vencer
sus propias tentaciones; nos hace comprender –ya desde el comienzo de su vida
pública- que, aunque a veces nos cueste verlo, el triunfo es siempre de lo
bueno; que será la resurrección y la vida las que ganen la partida a la muerte
y el dolor… y lo hace aferrándose a la Palabra de Dios.
Lo perverso está ahí, fruto posible de una insondable
sucesión de infortunios, no lo podemos negar. Muchos piensan que Dios no dice ni
hace nada frente a ello, y en parte es verdad: no actúa contra la maldad por
encima de nuestra libertad, ni nos mutila ni aliena… pero, de ninguna manera
permanece impasible; le duele más que a nosotros y sí tiene mucho que decir: nos
ha enseñado a decir que no a la tentación, es el mejor modo de enfrentarse a la
oscuridad: tratando de ser bien y vida para nosotros mismos y para los demás
también, para todos los demás… incluidos los que nos hacen cosas malas.
Llevas razón, debió ser indignante y doloroso. ¿ Y qué se puede hacer?, pués como creyentes e intentando seguir a Jesús, perdonar y rogar porque el corazón de esa persona se conmueva y pueda reconocer su error para que su caminar le lleve al que Salva y Redime. Que Dios nos ayude para tener la generosidad necesaria.
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