Como me suele pasar todos los
años en este día, me he pasado prácticamente todo el tiempo con numerosas
celebraciones de imposición de la ceniza, casi todas ellas con niños y con
adolescentes.
Lo paso estupendamente con ellos,
supongo que por algo fui profe antes que fraile, con la candidez y la
receptividad de los más pequeños; con las inquietudes y las suspicacias de los más mayores… me resulta muy
alentador poderles hablar de este tiempo de gracia que es la cuaresma; de la
posibilidad que a todos se nos ofrece para crecer y ser mejores, para contemplar
la realidad con ojos nuevos y ser más felices.
Al final de la jornada me
encontraba con un viejo amigo para charlar de nuestras cosas. Entre una cosa y
otra, hacía mucho tiempo que no tenía la oportunidad de compartir en
profundidad con él y, como suele hacer, me ha maravillado con su calidad
humana.
Desde que lo conocí, siendo un
chavalín como los que hoy me escuchaban en el instituto, sostengo que es una de
las mejores personas que me he tropezado en esta vida; es un tío brillante en
todos los aspectos pero, a la vez, tremendamente humilde, sencillo y noble como
como pocos… pero no ha tenido la suerte que, en justicia, le hubiese
correspondido ¡así de indebida es la vida a veces!
Probablemente, las desilusiones,
la traición y los golpes recibidos hubiesen amargado el carácter de cualquiera,
podrían haberlo vuelto desconfiado o haberle quitado la esperanza; pero no… a
pesar de todo mantiene ese corazón de oro que dios le dio y continua situándose
frente a la existencia con bondad.
Aunque no nos veamos mucho, me
siento orgulloso de tenerlo por amigo y, no creo que haya sido una simple
casualidad nuestra cita de hoy. Mi viejo amigo, sin saberlo, hoy me ha mostrado
un sentido más para este tiempo y, tras un montón de horas hablando de la
cuaresma, del miércoles de ceniza, de lo que supone para nosotros… he
comprobado que, aunque es cierto que la vida nos puede abofetear con fuerza, siempre
es posible ese crecimiento en el amor… que este tiempo de preparación para la
Pascua es una ocasión para despojarnos de cargas y cadenas, para curar heridas,
sí, pero ante todo es hora de mantener, de conservar, de proteger y desarrollar
toda la belleza que, desde el principio, el Señor puso en nuestro corazón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario