“hemos estado bregando toda la
noche y no hemos cogido nada…” Decía Simón Pedro en el Evangelio de hoy. Me resulta familiar esa sensación y,
probablemente, no sea yo el único al que le suena eso de estar en medio de la
noche; envuelto en frío y oscuridad; con la impresión de que todo lo que te
esfuerzas, lo que intentas, lo que das y lo que vives no sirve para nada, es
inútil, no da fruto…
“…pero, por tu Palabra, volveré a
echar las redes” y entonces sí, junto a Jesús las redes acaban rebosantes, los
frutos nos sobrecogen a nosotros mismos; la vida se hace auténtica y plena. Es
el mismo trabajo e idéntico el esfuerzo, pero muy diferente el motor… y eso
también lo conozco, sé bien como es.
Cuando la tiniebla nos envuelve,
perdemos la perspectiva y la respuesta más habitual es buscar culpables,
encontrar a alguien o algo sobre lo que cargar la responsabilidad: es que
fulano me ha hecho esto; mengano me ha defraudado; me ha sucedido esto o el
mundo es un una porquería… puede que en algunos casos llevemos razón, pero eso
tampoco nos soluciona nada.
Igual es que somos nosotros los
que nos hemos alejado de su Palabra; puede que estemos demasiado a la orilla,
donde hacemos pie, permanecemos próximos a la tierra firme, conocida y nos
sentimos más seguros…
A lo mejor, la mejor actitud
frente a las sombras –cualesquiera que sean- es acudir al Evangelio, revisar en
cuál de sus aspectos nos hemos enfriado y remar mar adentro, profundizar en la
realidad del mundo, de los otros y de un mismo; no quedarnos en lo superficial
para penetrar en la profundidad y el Misterio, donde sólo en Dios podemos poner
nuestra confianza… dejar atrás esa costa del “ir tirando” que sólo nos ofrece
mediocridad y un sucedáneo de existencia, para adentrarnos en la inmensidad del océano,
donde está la plenitud, la Verdad y la auténtica Vida.
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