He pasado el fin de semana en un
encuentro del MJD (Movimiento Juvenil Dominicano); sólo han sido un par de
días, objetivamente no es mucho tiempo, pero si ha sido grande e intenso lo
vivido. Especialmente honda ha sido mi experiencia, porque después de dos años
como coordinador nacional ya se acaba mi servicio y el fin de una etapa.
Durante toda mi vida religiosa,
la pastoral con y junto a los jóvenes ha sido mi mayor prioridad; durante todo
ese tiempo he visto cómo esas personas crecían, maduraban, optaban, vibraban
con el evangelio, se enamoraban… y sobre todo no he podido evitar quererlos,
quererlos mucho a todos. Son una parte esencial de mi vocación y mi vida. Pero
estoy convencido de que ha llegado el momento de tomar distancia; es hora abrir
nuevos caminos, para ellos y para mi propio seguimiento de cristo.
Cuando se ama a algo o a alguien,
se corre la tentación de querer instalarte, apoderarte de aquello que no te
pertenece, porque es de Dios, sólo suyo… y es necesario estar dispuesto a abrir
las manos y ofrecerle lo vivido, lo trabajado, lo sufrido y disfrutado. El
verdadero amor es aquel que sabe liberar
y desprenderse. Entregar es precisamente eso: despojarse, alejar y ver marchar…
y confiar, desde la certeza de que Dios – del que todo lo has recibido- sabe lo
que se hace y nunca dejara de cuidar lo
presentado.
Las mías son unas manos pequeñas
y bastante torpes que hoy quieren ofrecer una pequeña flor; muy diminuta porque;
aunque he querido mimarla, protegerla y regarla con todo mi ser; sé que no es
mucho lo que he podido hacer y dar, al menos mucho menos de lo que yo hubiese
querido; pero es una flor muy hermosa, porque tiene en su centro un corazón:
uno abierto de par en par, que mis hermanos menores han sabido colmar de amor e
ilusión.
Y tiene también una lágrima,
pequeña porque la ofrenda se hace con alegría y gratitud, pero también es
difícil la partida.
Una flor sencilla y querida que el
Señor hará crecer fuerte y vigorosa; que mañana esparcirá sus semillas al soplo
del Espíritu; que nos regalará a todos un bello perfume; que yo, orgulloso,
espero poder respirar.
Aunque intentes tomar distancias y abrir caminos, tu paso por la vida de todos, deja huella. Y jamás dudes nunca, que siempre has dado y mucho. Si pretendías dar más, sería casi imposible. Has dado todo tu ser, todo TÚ, y éso es lo más importante. TQ.Bss.
ResponderEliminarme parece maravilloso lo que expresas Felix, con esa sensibilidad tan especial que tienes, tu semilla esta sembrada y continuara, la generosidad del evangelizador es saber cuando marcharse a otras misiones , cuando ha concluido su tarea, la renuncia, el adiós puede ser un anuncio evangelizador que nos hace darnos cuenta de que las personas se van pero el Evangelio queda.
ResponderEliminarFélix me ha emocionado lo que has escrito.
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