Sigo liado con ese encargo que me tiene encerrado delante del ordenador desde hace días…no sé muy bien por qué pero se me ha hecho antipático y me está costando la vida terminarlo… no acaba de gustarme el resultado final y aquí estoy, sin parar de darle vueltas.
De todas maneras, cada vez disfruto más de las ocasiones en las que puedo estar en casa. No sé si será la edad, que me hago mayor; pero lo cierto es que me encuentro tremendamente a gusto con mis frailes, en mi comunidad.
No se parecen en nada a las ilusiones que yo traía cuando llegué a la vida religiosa: una comunidad de jóvenes, con una liturgia modernita, todo el día juntos, contándonoslo todo, en misiones de frontera, abriendo caminos juntos… jejeje… Lo que vivo ahora no era lo que yo esperaba ni buscaba cuando vine, ¡es mejor!
Cada uno tenemos nuestras cosas, claro está; las diferentes edades nos marcan comportamientos distintos y eso, pero me siento muy querido por ellos y los quiero y cada día más. Siempre solemos decir una frase que me parece muy sintomática: “otra cosa no tendremos, pero cuanto nos reímos” y así es de verdad.
La complicidad, el conocerse, las bromas, lo que me enseñan, lo que me aguantan… es lo hermoso y lo grande de la fraternidad.
Esta tarde, por ejemplo, he compartido un momento muy bonito con uno de ellos que acababa de volver del entierro de su hermana, me contaba cómo lo ha vivido y lo que ha supuesto para él la experiencia… y supongo que desde fuera no parece nada extraño que nos queramos en un convento, pero a mí no deja de sorprenderme, me parece un regalo extraordinario lo que mis hermanos despiertan dentro de mí, el poder vivir en comunidad.
Comunidad desde lo humano, sin quimeras, sin romanticismos sentimentaloides… una comunidad de verdad: con sus carencias, sus dificultades, los malentendidos, sus lastres…pero con Dios en el centro. Hermanos por Cristo y en Cristo.
Una comunidad real que cada día me humaniza a mí también. Desde la experiencia y las manos cansadas de mis hermanos más mayores; el dinamismo de los de edad intermedia y las preguntas de los más jóvenes uno puede asumir su misión cada día y hacerlo, además, con alegría.
Porque este regalo, el compartir la vida con mis frailes, no es sólo para mí; no tendría sentido si lo redujera al “qué a gusto estoy”. El sentirme bien en casa me hace sentirme cada día mejor también con todo aquel que se cruza conmigo en la parroquia, en la calle o en un bar.
El aprender a disfrutar de esto está siendo para mí una de las lecciones más bonitas. No sé qué pasos daré el día de mañana, en qué proyectos me embarcaré, ni cómo se irá concretando mi vocación con el tiempo; pero ahora sí que estoy en disposición de hacerlo, sin que nada de eso tenga connotaciones de huida o insatisfacción de la mala. Mis cuatro hermanos son las manos con las que Dios me libera de mis propios planes y fantasías y me prepara para darme, para ponerme al servicio del Reino…¡¿cómo no quererlos?! ¡¿ cómo no dar las gracias desde lo más profundo del corazón?!
eres alucinante... crack!!!
ResponderEliminar