miércoles, 19 de enero de 2011

18 de enero. LA SEÑORA

Antes de empezar la misa de esta tarde, he vivido un momento con el que he disfrutado especialmente. Una situación sin importancia, de esas de todos los días pero que hoy, no sé muy bien por qué, ha dibujado una sonrisa en mi alma.

Una de las señoras que habitualmente acuden a nuestra celebración, había estado un tiempo sin venir. Cuando ha llegado a la parroquia ha venido muy contenta hacia mí y me ha dado dos besos, me ha contado que había estado enferma y que tenía muchas ganas de poder volver con nosotros.

La alegría del reencuentro se ha prolongado después, mientras yo preparaba el altar, han ido llegando el resto de las personas que suelen compartir cada día la eucaristía. Todas, una a una, cuando descubrían la presencia de esta señora se acercaban a ella; se besaban; se interesaban por su salud y expresaban la satisfacción que sentían por volverse a ver.

Yo, desde el altar, los miraba sin dejar de sonreír y pensaba que era bonito ese cariño que nos tenemos.

La mayoría de nosotros, sólo se conoce de ese rato que disfrutamos juntos, en el que Dios nos invita a compartir la mesa. Hay gente de muchas clases distintas, muchos mayores pero también de edades intermedias y algún joven; Sé que algunos pertenecen a movimientos más conservadores, otros no; vienen algunas religiosas, también dominicos seglares; unos están bien situados económicamente y no faltan los que pasan necesidades; los que tienen una formación religiosa y los que viven una fe sencilla… en fin, que nos juntamos un grupo muy variadito. Sin embargo, es un gusto darse cuenta de que, poco a poco, nos vamos queriendo; que la familia que somos se va sedimentando en nuestras vidas.

La eucaristía es el sacramento del amor, por ello, en el centro del dibujo tenemos el pan y el vino sobre una mesa con forma de corazón. Esa mesa se mezcla con Cristo, los dos son una misma cosa: El Amor que se nos da; el que nos perdona todo y nos renueva; que es la fuerza del alimento y la alegría de la bebida; que nos salva. También el amor humano que ese AMOR nos hace vivir.


Alrededor de él se distribuyen los discípulos, hombres y mujeres distintos entre sí, cada uno bien definido y con colores y estampados propios, pero unidos en una sola figura, una comunidad cuyo nexo es Jesús.

Es en la comunidad donde la eucaristía cobra su máximo sentido. Siempre me han parecido tristes las celebraciones en las que nadie conoce al de al lado (aunque coincidan cada domingo); en las que cada uno se sienta lo más lejos posible de cualquiera y las señoras agarran el bolso cuando alguien se les acerca.
Creo que es una prioridad que nos atrevamos a mirar al lado, en el banco, ver quién está ahí, regalarle una sonrisa, saludar… Que nos creamos de verdad eso de la fraternidad y construyamos familia dentro de la Iglesia. La comunidad a la que sirvo parece haber conseguido dar ese paso y me gusta.

Pero también me pregunto, ¿qué pasará de puertas a fuera? Ahora puede aparecer el peligro de ser "burbujita", el peligro del qué bien estamos los unos con los otros y nada más ¿Nos sentimos verdaderamente enviados, crecen nuestras vidas en “el darse”?

“Haced esto en conmemoración mía”, nos pide el Señor y su petición no consiste en repetir un rito, en asistir a un acto sin más. Nuestro Dios nos invita a dar la vida entera, como Jesús, a darla por ese amor que celebramos.

Esta comunidad, cada uno de nosotros, al participar del sacramento se compromete a compartir la misión de Cristo, a ofrecerse a los hermanos. La mesa eucarística del dibujo se entrega a unas manos delgadas y dolientes. Son las manos de los miles de hermanos que sufren a nuestro alrededor, por los que, en la eucaristía, nos comprometemos a ofrecer nuestra vida.

Cuando uno se siente un poco derrotista tiende a pensar que nuestras celebraciones en el fondo nos resbalan, que las vivimos rutinariamente, que cerramos la puerta a la acción de Dios. Detalles como el de esta tarde alejan por completo esas dudas, me hacen ver que vamos por buen camino.

No sé en qué medida respondemos cada uno de nosotros en el día a día a ese envío del final, pero soy optimista porque para mi Padre-Madre, nada hay imposible.

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