jueves, 13 de enero de 2011

12 de enero NADIE COMO TÚ

Nada más terminar de comer han llamado a la puerta del convento, era una persona que de vez en cuando viene a hablar conmigo: había fallecido su pareja, su seguridad, su alegría, su fuerza, por quien y para quien vivía…su todo…

Había rezado lo indecible, confiaba en que Dios sanaría a su amor…pero no había sido así. Me encontraba ante alguien completamente desecho, cargado de preguntas, incomprensiones y además muy  enfadado con Dios.

¡No puedo imaginarme lo que se siente en un momento así!

Me ha contado el rápido proceso de la enfermedad, los momentos de esperanza y después la traición y el abandono que sentía por parte del Padre.

Y ahí estaba yo, otra vez sin palabras, sintiéndome completamente inútil.
Podía haberle dicho que Dios no se lleva a nadie; que la muerte es parte de la vida; que ahora vive y de verdad; que permaneciendo junto al Señor es como podrá superar el dolor, que Él sufre con su sufrimiento, que nadie le ama tanto …qué sé yo…algo que le hubiese dado algo de paz o consuelo.

Cuando yo era jovencillo pensaba que un cura siempre tenía esa palabra, esa solución para todo pero, al menos yo, no soy así… lo único que he sabido hacer es darle un abrazo, dejar que llorara y llorar, por dentro, a su lado.

Y rezar, porque al final uno se da cuenta de que no soy yo el que puede traer  el sentido, ni la calma, ni el alivio o la esperanza al daño de la gente, sólo Dios puede hacerlo. En mis manos quizás sólo estaba eso, estar…y dejar que el hermano me moje la camisa y el corazón con su llanto.

Un poco más tarde, mis chicos de confirmación, empezando a vivir, rebosantes de ilusiones y deseos. Ellos me contagian esa alegría ese impulso de los más jóvenes. Siempre me hacen pensar lo mismo, ¿cómo podría transmitirles de forma eficaz lo importante que es lo que nos traemos entre manos? que la vida es más de lo que piensan y lo necesario que es alimentar y cuidar la relación con nuestro Dios, para SER de verdad, para afrontar y saber encajar lo bueno y lo malo que está por venir… y otra vez me descubro queriendo tener esa varita mágica para arreglar la vida de los que te importan.

Esta noche pienso en esa historietilla, del que va caminando por la arena y le recrimina a Jesús que no siempre estuvo con él, que en los momentos difíciles de la vida sólo había huellas de una persona…
















Y doy las gracias a ese Dios que recibe con amor nuestras quejas injustas, que carga con nosotros hasta que podemos continuar por nuestras propias fuerzas, y vuelvo a rezar: cuida de mis chicos  Señor, de los más jovencillos, de esa persona que siente que le has fallado y cree que se ha quedado sola.

2 comentarios:

  1. Ayer conmemoramos el primer aniversario del terremoto de Haití. Hemos tenido en Valencia a un responsable de Cáritas Española y a una religiosa, Hija de la Caridad. Ambos estuvieron en Haití en los primeros meses tras el desastre. Cada uno nos ha aportado su propia visión desde el trabajo que han realizado: Martín Lago, el joven técnico de la Entidad en la que trabajo, desde las cifras, que aunque pueden ser muy frías, son capaces de darnos la esperanza de que sí se han hecho y se están haciendo cosas en aquel país machacado ya ANTES del seísmo. Sor Asun, que es además de religiosa, enfermera, desde su humanidad cercana a los hombres y mujeres y sobre todo niños y niñas a los que atendío pocos días después de la catástrofe.
    Vuelven a mi cabeza entonces aquellas frases que escuchamos en los primeros días tras el terremoto: ¿dónde estaba Dios cuando la tierra tembló en Haití?
    Pues estaba allí: por supuesto bajos los escombros, entre los fallecidos y aplastados por los edificios; pero, también en Martín, en sor Asun, y en tantos y tantas otras que dejaron al margen su comodidad y fueron a poner su hombro, seguramente muchas veces solamente para que otros lloraran sobre él.

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  2. Creo que hay veces que lo emjor que podemos es no decir nada. En esos momentos de gran dolor no creo que haya nada que te consuele( con el tiempo sí, claro). Lo mejor es acompañar en el llanto y llorar con el otro. Compartir el dolor quizás sea lo que más ayude en esos momentos.
    Buenas noches

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