Esta tarde hemos celebrado con la fraternidad de dominicos seglares de la parroquia el “día de la suerte”. Es una tradición muy bonita en la que se sortean los compañeros de oración para el año que entra; la comunidad de frailes se reúne con la fraternidad y a cada uno de nosotros nos toca un hermano o hermana por el que rezar a lo largo de los próximos meses.
Hemos disfrutado un ratito sencillo pero muy a gusto, en familia.
En concreto, esta tarde pensaba en lo bonito que es tener un compañero de oración, a alguien que le habla a Dios de ti, de tus trabajos, tus esfuerzos, tus problemas; que le presenta aquello de lo que –a lo mejor- tú mismo no eres consciente.
Lo mismo digo por la otra parte, es decir, qué grande es que alguien confíe igualmente en tu oración; que sabe que en este pequeño convento hay un fraile también pequeño que no se olvida de ella en su oración.
Es algo precioso el saberse acompañado. Yo conocí la orden así, en familia y no la concibo de otra forma, así la vivo y así la quiero seguir disfrutando, junto a las monjas (¡qué grandes mujeres!), las hermanas y el laicado dominicano.
Todos ellos han sido y son protagonistas insustituibles de mi vocación, tengo con ellos una inmensa deuda de amor. Sé que no los cuido como debería, pero también percibo que no dejan de estar ahí, a mi lado. Con ellos rezo cada día, comparto una misma misión, me formo en la Palabra, estudio el mundo y lo que en él ocurre.
Precisamente porque creo firmemente en eso, he experimentado lo difícil que puede ser el estar juntos, intentar superar las diferencias, respetar la identidad de cada cual, la búsqueda de entendimientos, el disfrutar de la riqueza de la diversidad… y se igualmente que el amor es la primera predicación, quizás la que más puede decir al ser humano de hoy; un anuncio que no necesita palabras, en el que no cabe el engaño… que se hace evidente cuando se contempla.
Esto me recuerda que estamos en pleno octavario de oración por la unidad de los cristianos. Una unidad que no puede pasar por la uniformidad; que no consiste en que tú, el equivocado, vuelva conmigo que estoy en posesión completa de la verdad; una comunión que no consiste en que todos pensemos como el párroco, el obispo o el Papa… un vínculo que tiene que enraizarse por necesidad en el amor y que, precisamente por eso, es de doble dirección. Yo no puedo pedirte que estés unido a mí, si yo no estoy dispuesto a ofrecerte lo mismo.
Compartimos un mismo Padre- Madre; estamos enviados por el mismo Señor e impulsados por un mismo Espíritu, así que todo lo que no sea “familia” no tiene mucho que ver con el Evangelio.
Y no podemos esperar a que “alguien desde arriba” decida o lo haga por nosotros. Creo que nuestra búsqueda brota de la vida cotidiana, yo en mi Orden, en la Familia Dominicana; otros en las parroquias, movimientos, comunidades…
Al menos para mí, la búsqueda de esa unidad (ya sea con otras iglesias o dentro de la nuestra) pasa por trabajarme la humildad, la escucha, el dialogo… y ¡qué poquito lo hacemos!, qué necesidad de espacios dedicados a eso tenemos.
Mi oración esta noche es esa, enséñanos Señor a comunicarnos, a conocernos y querernos cada día más; a ser verdadera familia, TU FAMILIA.
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