Hay una persona que suele venir a hablar conmigo y me ha regalado el privilegio de ser testigo de una lucha titánica. La batalla por la propia dignidad, por el futuro, la libertad,… la batalla contra la droga.
Es consciente de las consecuencias de su adicción, del futuro hacia el que le empujan, del dolor que causa a quienes le quieren… no necesita que se lo repitan, ya lo sabe y lo padece.
Cuando viene a verme no busca la absolución, ni consejos piadosos, ni tan siquiera me pide dinero… sólo espera una cosa, que le hable de Dios y de su amor. Y entonces, en cada conversación, le recuerdo que no está solo, que Dios siempre permanece a su lado, que confía en él, que le sostiene en su pelea. Esa certeza le lleva a confiar también en si mismo, le hace capaz, esa es la principal arma con la que cuenta en sus esfuerzos.
Después rezo por él, por el éxito de su lucha. No sé en qué acabará todo, pero es verdad que ya ha ganado metas importantes, que cada vez está más cerca del triunfo.
Tengo muy mala cabeza y nunca me acuerdo de donde he oído o leído las cosas, una de esos pensamientos, cuya fuente ingratamente he olvidado, se repite constantemente en mi corazón: lo importante no es que nosotros creamos en Dios; lo verdaderamente grande es que Dios cree en nosotros.
A pesar de nuestras repetidas traiciones y las numerosas debilidades, Dios sigue esperando, confiando, soñando incondicional y desinteresadamente con nosotros.
Le doy tantas vueltas porque sé que es algo esencial, todos necesitamos que alguien tenga fe en nosotros, a pesar de todo. Nos hace falta para levantarnos cada día, para trabajar, para reír, para crecer. De alguna forma esa es la necesidad más elemental de nuestro espíritu.
Por eso muchas veces renunciamos a nosotros mismos, ocultamos partes esenciales de lo que somos, fingimos, fallamos al amigo… Nos asusta ser la oveja negra, y hacemos lo indecible para blanquear nuestras lanas. También pasa que, casi sin darnos cuenta, buscamos que se nos reconozca por lo que tenemos, o por nuestro físico, por lo que podemos o sabemos. Todo mentira. Así sólo conseguimos reconocimiento para alguien que –desde luego- no es el yo.
Lo más importante que alguien nos puede decir es (como a Bridget Jones) que nos ama tal y como somos, que cree en nosotros sin condiciones; así que nos movemos incansablemente tratando de encontrar esas palabras, el “regalo más grande”.De esas búsquedas inútiles no estamos libres los creyentes (¡que se lo pregunten a San Agustín!).
Podemos tener la fortuna de conocer voces humanas que nos las digan, pero ya sabemos como somos, imperfectos. Junto a la felicidad que nos producen los labios que pronuncian lo que necesitamos oír, experimentamos el miedo: a que se termine la frase; al punto final. Expresiones que siempre irán acompañadas por unos puntos suspensivos que nos dejan insatisfechos.
Es preciso saber ir más allá para alcanzar el origen de todas esas palabras, la fuente inagotable, la única que nos llena de verdad y nos calma.
Así es Él y está muy cerca, repitiéndonos eternamente su declaración de amor. Sólo hay que saber escuchar.
Esta mañana, al salir de casa, he visto con sorpresa como unas cuantas personas se agolpaban ante una tienda en la que se anunciaba que, todos sus productos (sofás, mesas, lámparas, sillas, tumbonas de playa, etc.) costarían a lo largo del día de hoy solamente 10 euros. Mi vecino me ha dicho que media hora más tarde ya había una multitud en la cola.
ResponderEliminarAl llegar al trabajo me he encontrado con otra fila. La de gente que acude cada día a Cáritas Diocesana de Valencia (donde trabajo) para solicitar ayuda (empleo, alimentos, dinero para pagar los suministros, vivienda, etc).
Aunuqe diferentes, estas dos colas me hablan de las necesidades que nos creamos y de las que verdaderamente tenemos.
Mis compañeras en Cáritas atienden cada día a infinidad de personas con necesidades básicas sin cubrir. Desde la Institución se intenta responder a muchas de estas demandas, sabiendo que no somos nosotros, con la ayuda de miles de personas que nos confían su dinero, sino las Administraciones públicas, las que deberían cubrir esas necesidades.
Pero la gente de Cáritas actúa, cada día, en miles de lugares del mundo como una pequeña, pequeñísima imagen de ese Dios que hablas: ese que responde a nuestra necesidad de que "alguien tenga fe en nosotros, a pesar de todo".
Soy una privilegiada por poder trabajar con y para gente que vive así.