Los jueves, después de la catequesis de comunión y postcomunión, siempre nos quedamos en la parroquia los catequistas, tomando unas cervecitas, charlando y compartiendo como nos va la vida durante un “buen rato”.
Es un momento muy bonito por la confianza, el cariño y el buen humor que se respira.
Hoy, en particular nos ha visitado además una amiga que no es creyente y ha cometido el grave error de interesarse por mi día a día, por la Orden y la vida religiosa. Y digo grave error porque un servidor se ha entusiasmado y –aunque ellas decían que les estaba gustando la conversación- me temo que les he soltado el rollo de su vida: les he hablado de nuestra forma de ser, de la historia de la Orden Dominicana, de los principales personajes que la han protagonizado, de los aportes ofrecidos a la Iglesia y a la humanidad…
Ahora mismo, mientras subía a mi habitación me daba cuenta de lo que me hace vibrar todo lo relacionado con lo dominicano, lo enamorado que estoy de esta vocación que Dios me ha regalado.
Hoy mi dibujo, claro, es Domingo de Guzmán, el primero en acoger este carisma que me apasiona.
Orando ante la cruz blanca y negra, de luz y oscuridad, en un entorno tremendamente diverso en formas y colores, compuesto por muchos nombres, los de quienes formamos la Familia Dominicana. Nombres que están ahí, una fraternidad que existe, pero que no se ve a primera vista…hay que saber descubrirla.
Mi vida religiosa comenzó en este mismo convento al que ahora me han vuelto a asignar, por aquél entonces ya estaba entusiasmado con Domingo de Guzmán, sus hijos e hijas y su forma de vivir el evangelio. Un gran hermano, amigo, maestro y compañero me hizo ver que esa ilusión se reflejaba hasta en la forma de subir los peldaños de las escaleras, siempre de dos en dos.
Sin embargo, enseguida ese ímpetu idealista del principio, chocó con la humanidad de mis hermanos y mis pies comenzaron a arrastrarse sin ganas por aquellos inmensos escalones.
Ayer un buen y muy joven amigo, en plena adolescencia, me dijo “es que me creo que lo sé todo, como si fuese un ignorante”… supongo que eso era también lo que me pasaba a mí. Me creía mejor que los demás y en situación de juzgarlos a ellos y a sus vidas, eso me llevó a vivir unos primeros años muy complicados y me temo que también les di mucha guerra a mis formadores…aunque de eso creo que ya he hablado en otra entrada.
Todo cambió cuando me hice consciente de mi propia debilidad, de lo mucho que - a pesar de mis esfuerzos por crecer- también dejaba que desear mi vida como fraile. Si yo necesitaba ser comprendido y apoyado, también tenía que ofrecer lo mismo a mis hermanos; “la misericordia de Dios y la vuestra” es lo que los dominicos pedimos en nuestras profesiones.
Quizá eso mismo nos pasa en muchos ámbitos a los creyentes y a los que no lo son, y nos creemos mejores que los otros porque somos así o asá, porque hacemos deporte, porque tenemos mucha marcha, porque no fumamos, porque vamos a misa…no sé, el peligro de ser fariseos modernos que, sin tener ni idea de lo que siente o sufre cada uno en su realidad nos atrevemos a perseguirlo, a exigirle, a limitarlo y estigmatizarlo; a cargar sobre sus espaldas fardos que ni nos imaginamos como son.
Mentira para nosotros y dolor para los demás, no hay nada de felicidad para nadie en esa actitud.
Yo, al menos en la orden, aprendí la lección y entonces fue cuando comencé a amarla de verdad, con sus luces y sus sombras, a hacerlo desde mi propia debilidad. Porque esa es la diferencia entre el auténtico amor y un encaprichamiento juvenil. Cuando se quiere, se quiere todo, tal y como se es, sin que el “yo” pretenda cambiar ni amarrar al “tú”… cuando la evolución, el crecimiento y la superación la hace el “nosotros”.
Hoy mis hermanos y hermanas sufren las mismas limitaciones de siempre, las de ser humanos, con las que yo también tengo que tirar. Por eso me entusiasmo y emociono de esa forma con sus logros y fidelidades porque, de la misma forma, también son las mías.
Y ahora, cada día, vuelvo a subir los escalones de dos en dos…completamente enamorado.
Para quienes compartimos esta vocación dominicana en cualquiera de sus "ramas" o vertientes, la figura de Santo Domingo es tan central como... nuestro propio padre, salvando las distancias. Y eso me hace pensar hoy en el sentido de pertenencia. En estos días en que se mueven en Roma aires de beatificación y fuegos interiores, me sorprendo preguntándome si es esta la Iglesia a la que creo pertenecer o no. En tu blog, has hecho referencia un par de veces a las "distintas facciones" de la Iglesia. Conviene recordar en estos momentos cómo amaba Domingo a la Iglesia, que en su época no era católica o protestante porque solo había una. En cualquier caso, más allá de las diferencias, Domingo y su vida nos enseñan que, a pesar de todo, sentirnos miembos de esta Una, Santa y Católica Iglesia, Santa y Pecadora, es vital para todos los que nos decimos hijos de Domingo.
ResponderEliminarNo sabes lo que me gusta verte tan feliz... un beso
ResponderEliminarhola,hola(nunca he escrito asì)soy la amiga nooo creyente.el jueves me pase por casualidad por donde miiiiiiiiiiiii està de catequista,como buenos parroquianos acabamos charlando,riendo y escuchando.graaaaan grave error que cometi al interesarme por ti,porque el bagaje que me diste,el entusiasmo que me transmitistes,esa energia positiva que capte,eso me lo llevo yo(cuando llegue a casa le conte a mi hija todo lo que me habiais transmitido,estaba pletorica,eso si que fue un rollo para ella,)os doy las gracias por sentirme como una mas,para mi fue un momento muy especial. sigue con tus errores...coño que son....GENIALES
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