viernes, 22 de abril de 2011

21 de abril. JUEVES

Jueves Santo intenso. El día  ha comenzado con una oración; luego, junto a todos aquellos que podían, hemos  pasado la mañana profundizando en el significado y sentido de esta fiesta: el amor fraterno, el servicio, la institución de la eucaristía, el sacerdocio, Getsemaní…
Debo confesar que me ha impresionado profundamente el nivel de lo compartido aquí en ese momento; las reflexiones y experiencias expresadas por estos hermanos y hermanas me han iluminado y enriquecido una barbaridad.
Se hablaba que el servicio al otro se presta desde la certeza de la propia identidad (“sabiendo que venía del Padre y que al Padre iba”); de cómo, al ponernos a los pies de los demás, los reconocemos y dignificamos; que el verdadero amor es lo más grande que podemos vivir, pero doloroso y problemático también…
En los oficios de la tarde hemos querido que se manifestaran esas ideas surgidas en comunidad y ha resultado una celebración preciosa: la hemos preparado entre todos, ha sido muy participada, cargada de sinceridad y realismo… me ha emocionado en varios momentos.
Luego la preparación de la cena; una comida inspirada en el ritual de la cena judía de pascua y por último la hora santa: intensa y seria.
Todo eso aliñado con la alegría de los niños, hijos de las parejas que están aquí; la abrumadora respuesta del personal y, sobre todo, la acogida y disponibilidad de las monjas… un lujazo de día, una vida celebrada en el amor de hermanos y hermanas… un reflejo del amor revolucionario y libre de Dios.
Un Dios hombre, que en esta noche cayó de bruces en medio de un olivar; que lloró lágrimas de sangre y amor; que aceptó seguir amándonos a cualquier precio y en toda circunstancia.
Quisiera ser capaz de no dormirme, de velar a su lado, de acompañar su soledad en esta noche; en todas las noches oscuras y todos los rincones olvidados del mundo… con esa aspiración, desde esa perspectiva, me despido con uno de los textos que hemos rezado juntos hoy ante el monumento:
Salmo de la Noche ( Emilio Mazariegos)
Aún tenía en los labios el sabor de la copa, y el aliento llevaba el olor del pan fresco.
Aún se oía la voz de la llamada a la amistad y tus manos estaban aún mojadas del agua del caldero.
Aún sentías el calor del amigo que se acercaba descansando su dolor y pena sobre tu pecho.
Aún llevaban tus oídos el ruido del portazo que Judas, el traidor, dio con rabia y despecho.
Aún sonaban los salmos junto a la mesa sin recoger y la última vela poco a poco se consumía en su fuego.
Era la noche. La noche del pan partido y la copa pasada de mano en mano, de boca en boca, en signo de un recuerdo.
Era la noche de la traición. Era la noche, tu noche obscura, sin luna, sin estrella. Noche en tu huerto.
Era la noche de sentirte solo en soledad y angustia. Solo ante Dios y el hombre como si fuera un reto.
Era la noche larga como un túnel sin salida, la noche, como aquella, aún más noche, de la salida del pueblo.
Era la noche de tu negra noche de abandono y tristeza al sentirte solo, solo en soledad sin apoyos, sin atuendos.
Era la noche de quedarse lejos, sin los tuyos, orando al Padre, sin perder la vista a ellos.
Era la noche, Señor del alba, Señor del hombre, donde tu rostro humano sintió la frialdad del suelo.
Señor Jesús, yo creo en ti, doliente hasta la muerte, en lucha con el trago, en lucha abierta hasta beberlo.
Yo creo en ti, sudando sangre y muerto de tristeza, temblando el corazón y lleno de dolor y miedo.
Yo creo en ti, varón de dolores, hombre entre los hombres, luchando con la muerte, porque tú eres vida en sendero para entregarla a los hombres que caminan solitarios sin saber por qué, ni para qué, ni a dónde. Solos sin remedio.
Yo creo en ti, abierto tu corazón al Padre, hecho grito pidiendo que el imposible se haga posible, se haga cierto.
Yo creo en tu corazón abierto a la voluntad del Padre, porque en tu vida su plan sobre ti es tu proyecto.
Yo creo en ti en lucha con la muerte, la condena, porque eres fiel en obediencia, como un manso cordero.
Yo creo en ti, corazón dolorido por el amor al hombre, porque tú has abierto la a puertas de tu casa al mundo entero.
Señor Jesús, quiero hacer silencio ante tu llanto y grito.
Quiero hacer silencio ante el can­sancio de tu silencio.
Quiero acercarme a ti y palpar tu cuerpo dolorido.
Quiero ponerme a tu lado y hacer oración en tu misterio.
Quiero decir contigo: Si es posible Padre, si es posible, que pase este trago, que sabe a hiel y es duro y seco.
Quiero decir contigo: Padre, que se haga tu voluntad, y no la mía. Porque tú eres, Padre, primero.
Señor Jesús, enséñame a orar la vida, orar la sangre, orar la crisis, orar en la tentación, orar que es riesgo querer beber el cáliz amargo, cuando uno solo, sin fuerzas, sin luz, sin nadie, en noche, quiere beberlo.
Señor Jesús, Señor de la noche eterna y salvadora, Señor obediente hasta la muerte, con amor sincero.
Tú eres Señor del alba, Señor de la ma­ñana, danos tu luz cuando la noche nos vuelve ciegos.

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