domingo, 17 de abril de 2011

17 de abril. RAMOS

El otro día, pregunté a los chavales de la catequesis de post comunión que cómo entendían el domingo de ramos. Me contestaron muy bien: la entrada de Jesús en Jerusalén, donde lo recibió una muchedumbre llena de alegría.
El problema les llegó con la siguiente pregunta: “¿y donde estaba toda esa gente después? ¿Qué paso con ellos que, poco más tarde, clamaban para que fuese crucificado?”
Me respondieron algunas cosas interesantes, otras muy simpáticas. Que si la gente hace lo que le dicen, que si no te puedes fiar, que se contagiaron el entusiasmo, que se vendieron por unas perras… al final uno de ellos concluía que el caso es que la bienvenida que hoy celebramos no era muy de verdad.
Yo no diría lo mismo, me inclinaría más bien a decir que, aunque ese momento se viviera con toda la franqueza del mundo, probablemente no sabían muy bien a quien estaban recibiendo.
Casi todo el mundo creería que había llegado el momento en que el mesías iba a demostrar su poder, a expulsar al invasor y a restaurar la gloria y la dignidad de Israel… así que la decepción tuvo que ser mayúscula; “nos han engañado”, pensarían; puede que incluso se sintiesen traicionados en lo más íntimo.
Verdaderamente había llegado la hora de la verdad, el tiempo en que el Señor manifestó el poder: el del amor; en que Cristo venció definitivamente todo aquello que nos invade, nos ata y nos enmudece; cuando se evidencia la grandeza que Dios regala al ser humano… pero eso es más difícil de entender.
Debe serlo, porque a menudo hoy, nos sigue pasando lo mismo; proyectamos sobre Dios nuestros deseos, lo que creemos que necesitamos, y nos sentimos defraudados cuando nuestro Padre-Madre no actúa según nuestras expectativas.

Por eso las palmas y los ramos de este dibujo están salpicadas de coronas (expresión del poder y el reconocimiento que anhelamos) frutos  de la abundancia  y diamantes de la riqueza y el bienestar); mientras que Jesús viste pobre y aparece roto, entregado al servicio.
Lo grande, lo hermoso es cambiar de perspectiva y tratar de comprender, recibir al verdadero Jesucristo. En cada pasaje de la pasión, encontramos una invitación, un desafío… la posibilidad de vivir una Semana Santa viva, en la que cada uno puede ser protagonista y no meros observadores pasivos. Esas son las verdaderas palmas, la verdadera alegría que hoy nos inunda.
Lo apasionante de  partirse, de darse con toda la libertad posible… de ofrecer la vida entera y hasta el final, de confiar en que estamos en manos de Dios y que nada ni nadie podrá terminar con eso.
Feliz, activa y santa Semana.

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