miércoles, 20 de abril de 2011

19 de abril. MARTES

El evangelio de hoy, que nos habla de las traiciones de Judas y Pedro, a mí me ha llegado de una forma especial en este Martes Santo. Me habla de tantos y tantos momentos en los que, incluso sin quererlo, abandonamos el amor que se nos ha regalado y nos hacemos daño unos a otros.
Como Pedro, queremos seguir al Señor incondicionalmente… pero luego llega la vida y nos hace tropezar una y otra vez; nos dejamos envenenar por los demonios de la ambición o la intransigencia, como Judas.
Entonces, el canto del gallo pone en evidencia  todas esas ocasiones en la que amarramos el corazón con nuestros temores y miedo frente al diferente o lo nuevo; cuando dejamos que los corazones se nos congelen por la indolencia y la frialdad ante el sufrimiento del hermano; las veces en que se endurecen por los rencores y resentimientos;  los corazones que están cerrados por las heridas que no curaron; los que se vuelven sobre sí mismos llevados por el egoísmo y la comodidad; los vacíos ; los que están punzados por el aguijón de la violencia…
Son pequeñas traiciones al hermano, al Amor de Dios y a nosotros mismos que nos hacen sufrir cuando abrimos los ojos y nos hacemos conscientes de ello.
Pero, ni Judas ni Pedro (ni sus traiciones, ni las nuestras) son los protagonistas del relato; no pueden desviar nuestra atención frente al principal protagonista de la historia: el amor de Dios.
En medio de nuestras miserias y debilidades es donde se pone de manifiesto la Gloria de Dios, la fuerza invencible de su misericordia todopoderosa.


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