sábado, 23 de abril de 2011

22 de abril. VIERNES

La densidad y la fuerza del día de hoy me dejan sin palabras…
Tras la oración de la mañana reflexionábamos juntos alrededor del significado y el sentido de la cruz; lo hacíamos a partir de la contemplación de una obra de arte: la crucifixión blanca de Chagall.
Ha sido sobrecogedora la calidad de las experiencias compartidas; impresionante la cantidad de dimensiones y repercusiones que hemos encontrado en el madero de Cristo.  Por la tarde asistía, con un orgullo anónimo, a la celebración del “árbol de la vida” en los oficios.























Pero lo que más me ha afectado ha sido el momento en que esa todo eso ha tocado tierra; ha alcanzado nuestra realidad cotidiana en la penitencial que comenzaba al caer la noche; alguien me ha dicho la cosa más hermosa que mis oídos podían escuchar. Unas palabras bellas, que me honran….que me desafían… igual que el leño del Señor.
Todos hemos desnudado nuestras cruces ante los demás; hemos descubierto lo sencillo que era reconocernos iguales y cercanos en esa fragilidad; hemos dejado que la cruz de Jesucristo asumiera las insoportables cargas que arrastrábamos y nos liberara; Y hemos llorado, probablemente yo más que nadie; las lágrimas de cada persona eran las de todos, pero era el llanto feliz y humano, de quien se siente desbordado por la grandeza de un amor así, capaz de cargar con todos los errores, culpas, y miserias sin dejar de ser amor: libre, agradecido, regalado.
Aún tengo el corazón rendido ante el clamor de ese lloro callado ¡Cuánto necesitábamos de tu cruz Dios mío! esta noche, en toda la Tierra resuena ese grito de amor que, expirando ante lo inhumano devuelve al ser humano la capacidad de ser humanos, de amar y reconocernos.

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