Con la llegada del día de Pascua, retomo este rincón de internet, dispuesto a darle nueva vida.
Llego hasta aquí tras unas semanas de silencio, semanas difíciles en las que todo pareció más complicado, oscuro, inútil…
Puede que sea esa etapa de aridez que me acompañó durante la cuaresma, la que me ha permitido vivir estos días de Semana Santa de una forma diferente sí, pero quizás más auténtica que nunca.
Anoche, sin ir más lejos; en lugar de celebrar la vigilia de resurrección con mi comunidad parroquial, como yo esperaba y deseaba; tuve que pasar varias horas en la zona de urgencias de un hospital.
Mientras estaba allí, de pie en la sala de espera, pensaba y rezaba; repasé mentalmente toda la liturgia de esa noche fundamental: el fuego, el agua, el pregón, la palabra, la eucaristía… Fui el primer sorprendido ante la densidad y el sentido que la resurrección del Señor adquiere al ser contemplada en medio de lamentos, preocupaciones, dolor, angustia y cansancio… incluso cuando tu mismo participas de ello.
Allí, donde el sufrimiento humano parece no tener límites; donde la amenaza de la muerte parece acechar desde todos los rincones… es probablemente donde con más claridad he experimentado la fuerza del resucitado. En ese momento aquél era mi “sepulcro” particular ¡y vi que estaba vacío!
Me estremecía al pensar que todos aquellos dramas, que las historias personales de todas aquellas familias que estábamos allí, pasase lo que pasase, acabarían bien; que justo ahí es donde estaba resucitando el Señor… aunque quizá no todos se dieran cuenta…
Porque la felicidad que hoy se nos da, el Dios-con-nosotros que resucita, no lo hace fuera de este mundo, al margen de la realidad, sino en medio de ella; y así la ilumina y la transforma.
Como en el dibujo que he hecho hoy, la cruz está ahí de fondo: sus espinas, la sangre derramada, los clavos de cada uno… pero igualmente vacía, cuando se observa a la luz que mana de la tumba que se llenó de vida.
Esa vida nueva de Dios es la que tiene la última palabra, suya es la victoria. Es tan infinitamente intensa que puede retirar definitivamente la losa que –aparentemente- quiebra nuestro amor y confianza; la del vacío, la espiral del sinsentido, los dientes de cualquier dolor, la serpiente del pecado, las cadenas que nos esclavizan o cualquier cosa que nos haga sufrir.
La resurrección de Cristo no es un ensueño, una bella fantasía lejana a nuestra cotidianidad: es la fuerza del amor todopoderoso de Dios, es una nueva forma de ser, de estar, de mirar y de hacer.
A todos los que estamos incorporados a esa resurrección, a toda la humanidad, al universo entero: ¡feliz Pascua!
Te echábamos de menos... pero has elegido el mejor momento del año para volver. Que la fuerza de Jesús resucitado te anime a seguir dibujando como instrumento de PREDICACIÓN, para anunciar q Él vive entre nosotros, en lo más cotidiano de nuestras vidas. Inma
ResponderEliminarQUÉ BIEN VOLVER A TENERTE, VOLVER A REFLEXIONAR Y A VIVIR DE OTRA MANERA MÁS INTENSA LOS DÍAS. GRACIAS POR VOLVER GRACIAS POR TUS PALABRAS GRACIAS POR DARNOS ESTE REGALO DE PASCUA
ResponderEliminarAñoraba algo todas las noches antes de irme a la cama, pero hoy lo he vuelto a tener. Muchas gracias, Padrecito
ResponderEliminarótimo retorno!
ResponderEliminarEstava saudosa por ler teus escritos de vida... Que Deus da sabedoria e do amor te tenha sempre junto a Ele.
Um Abraço
Paz e Luz!