Este sábado ha sido un día “hacía adentro”, me lo había reservado desde
hacía tiempo para dedicarme a estudiar, que tengo la tesis pendiente. Así que
eso es lo que he hecho, un viaje al s. XV con mi hermano Fr. Angélico.
Puede que, quien sepa que el estudio es uno de los pilares de nuestra
espiritualidad, piense que esto es lo nuestro… que es con lo que los dominicos
lo pasamos bien. Muchas veces, incluso, me he encontrado con gente que creía
que el estudio era nuestro carisma y no la predicación.
Yo no voy a decir que no me guste estudiar, todo lo contrario: una vez que
me pongo, lo disfruto muchísimo; me sumerjo en los textos y me olvido de todo…
pero tengo que reconocer que ese “ponerse”, sí que me cuesta mucho: las
ocupaciones no me dejan demasiado tiempo… o no me apetece, o no sabes muy bien
por donde empezar…
Imagino que es algo muy común a todos nosotros y en múltiples
circunstancias, puede que sea especialmente habitual en el terreno de la fe.
Nos cuesta crearnos un hábito de oración; comprometernos con una comunidad;
prestar servicio al hermano; optar… y también estudiar…
En esta vida, me he cruzado con montones de personas que, con la mejor de
las voluntades, para agradar a Dios, hacía todo tipo de sacrificios; buscan mil
formas diferentes de sufrir, pensando que eso le gusta a Dios. Aunque respeto
profundamente esos esfuerzos, no creo en ellos; no me parece que, de ninguna
manera, a Dios le pueda satisfacer nuestro padecimiento.
Sin embargo, también sería una barbaridad decir que puede vivirse el
Evangelio sin sacrificio… como no podemos hacerlo sin contemplar, sin
fraternidad, sin ponernos a disposición del otro, sin reflexión…
No es posible profundizar en el conocimiento de Jesús sin tratar de
comprender cada día mejor la Palabra; buscar formas y medios para hacerlo; sin apostar por ese que no le importa a nadie;
sin habituarnos a rezar; sin vida comunitaria…
Pero, como todo eso nos cuesta, es ahí donde está la mejor ofrenda, la que
resulta agradable a Dios (porque nos engrandece a nosotros mismos y al hermano);
la que presentamos en cada eucaristía…
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