domingo, 22 de abril de 2012

21 de abril. FRUTO DEL TRABAJO DE LOS HOMBRES


Este sábado ha sido un día “hacía adentro”, me lo había reservado desde hacía tiempo para dedicarme a estudiar, que tengo la tesis pendiente. Así que eso es lo que he hecho, un viaje al s. XV con mi hermano Fr. Angélico.

Puede que, quien sepa que el estudio es uno de los pilares de nuestra espiritualidad, piense que esto es lo nuestro… que es con lo que los dominicos lo pasamos bien. Muchas veces, incluso, me he encontrado con gente que creía que el estudio era nuestro carisma y no la predicación.




Yo no voy a decir que no me guste estudiar, todo lo contrario: una vez que me pongo, lo disfruto muchísimo; me sumerjo en los textos y me olvido de todo… pero tengo que reconocer que ese “ponerse”, sí que me cuesta mucho: las ocupaciones no me dejan demasiado tiempo… o no me apetece, o no sabes muy bien por donde empezar…

Imagino que es algo muy común a todos nosotros y en múltiples circunstancias, puede que sea especialmente habitual en el terreno de la fe.

Nos cuesta crearnos un hábito de oración; comprometernos con una comunidad; prestar servicio al hermano; optar… y también estudiar…

En esta vida, me he cruzado con montones de personas que, con la mejor de las voluntades, para agradar a Dios, hacía todo tipo de sacrificios; buscan mil formas diferentes de sufrir, pensando que eso le gusta a Dios. Aunque respeto profundamente esos esfuerzos, no creo en ellos; no me parece que, de ninguna manera, a Dios le pueda satisfacer nuestro padecimiento.

Sin embargo, también sería una barbaridad decir que puede vivirse el Evangelio sin sacrificio… como no podemos hacerlo sin contemplar, sin fraternidad, sin ponernos a disposición del otro, sin reflexión…

No es posible profundizar en el conocimiento de Jesús sin tratar de comprender cada día mejor la Palabra; buscar formas y medios para hacerlo;  sin apostar por ese que no le importa a nadie; sin habituarnos a rezar; sin vida comunitaria…

Pero, como todo eso nos cuesta, es ahí donde está la mejor ofrenda, la que resulta agradable a Dios (porque nos engrandece a nosotros mismos y al hermano); la que presentamos en cada eucaristía…

No hay comentarios:

Publicar un comentario